cover.jpg

 

Breve historia de siete asesinatos

Marlon James

Traducción de Javier Calvo
con la colaboración de Wendy Guerra

logo.jpeg

Índice

 

 

 

Cubierta

Portada

Índice

Nota sobre la traducción

Dedicatoria

Reparto

Citas

Sir Arthur George Jennings

 

LOS CHICOS DE LA VIEJA ESCUELA. 2 de diciembre de 1976

Bam-Bam

Barry Diflorio

Papa-Lo

Nina Burgess

Bam-Bam

Josey Wales

Nina Burgess

Demus

Alex Pierce

Josey Wales

Bam-Bam

Alex Pierce

Papa-Lo

Barry Diflorio

Nina Burgess

Demus

Sir Arthur George Jennings

 

EMBOSCADA EN LA NOCHE. 3 de diciembre de 1976

Nina Burgess

Papa-Lo

Josey Wales

Barry Diflorio

Alex Pierce

Papa-Lo

Nina Burgess

Josey Wales

Barry Diflorio

Papa-Lo

Alex Pierce

Nina Burgess

Barry Diflorio

Papa-Lo

Alex Pierce

Nina Burgess

Demus

Bam-Bam

Demus

Bam-Bam

Demus

Bam-Bam

Sir Arthur George Jennings

 

BAILE DE SOMBRAS. 15 de febrero de 1979

Kim Clarke

Barry Diflorio

Papa-Lo

Alex Pierce

Josey Wales

Sir Arthur George Jennings

 

RAYAS BLANCAS / LOS CHICOS DE AMÉRICA. 14 de agosto de 1985

Dorcas Palmer

Llorón

Tristan Phillips

John-John K

Josey Wales

Tristan Phillips

Dorcas Palmer

John-John K

Josey Wales

Llorón

Dorcas Palmer

Tristan Phillips

Llorón

John-John K

Dorcas Palmer

Tristan Phillips

Josey Wales

John-John K

Dorcas Palmer

Tristan Phillips

Josey Wales

Llorón

Dorcas Palmer

John-John K

Sir Arthur George Jennings

 

LA MUERTE DEL HIJO. 22 de marzo de 1991

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

 

Agradecimientos

Notas

Créditos

Colofón

Nota sobre la traducción

 

 

 

Breve historia de siete asesinatos se estructura en torno a los testimonios de trece personajes ficticios que recuerdan, recrean, mienten, meditan, lamentan o celebran tejiendo una densa trama de relatos cruzados. No hay narrador externo, no hay tercera persona. La historia se despliega como un enorme juego de contrapuntos polifónicos donde cada individuo (cada testigo) exhibe su propia voz singular e intransferible. Unos habitan el territorio de un inglés ciertamente jamaicano, pero más o menos canónico. Otros no salen del dialecto criollo (el patois) usado por el pueblo llano de la isla. Varios oscilan entre esas regiones o circulan por la frontera que las separa. Tres hablan un estadounidense genérico. ¿Cómo puede reflejarse esa variedad en una traducción? Si cada jerga «vulgar» está indeleblemente marcada por su tiempo y su espacio, ¿cómo podemos trasladarla a las volubles geografías de otro idioma? Todas las soluciones a ese viejo (e intratable) problema son, en cierto modo, artificiosas. A menudo se ha eludido el obstáculo neutralizando la diferencia, sometiendo las texturas al cepillo de una sola pauta normativa. Dejando aparte la dudosa validez de esa receta, emplearla aquí hubiera supuesto la imperdonable mutilación de una novela donde las formas del habla pertenecen al argumento de la obra. El vaivén de los registros verbales no es un mero recurso literario: es también un tema.

¿Qué hacer entonces? Entre los muchos lenguajes del castellano (todos felizmente locales) hemos escogido la versión cubana de la elocuencia caribeña. No, como es obvio, por afinidad lingüística o parentesco gramatical, sino por proximidad física y, sobre todo, psicológica. Casi por analogía. «Jamaica y Cuba son uña y carne», leemos, muy oportunamente, en la página 209 de este libro. Fijado el objetivo, la novelista Wendy Guerra acometió la tarea de cubanizar los pasajes pertinentes en la meticulosa traducción del no menos novelista Javier Calvo. Ustedes juzgarán el producto, pero no es imposible que hayamos acertado.

 

 

 

 

Para Maurice James,

un caballero extraordinario e inigualado.

Reparto

 

 

 

GRAN KINGSTON (desde 1959)

 

sir Arthur George Jennings: político difunto

el Cantante: estrella mundial del reggae

Peter Nasser: político y estratega

Nina Burgess: exrecepcionista sin empleo

Kim-Marie Burgess: su hermana

Ras Trent: amante de Kim-Marie

doctor Amor / Luis Hernán Rodrigo de las Casas: asesor de la CIA

Barry Diflorio: jefe de la CIA en Jamaica

Claire Diflorio: su esposa

William Adler: exagente de la CIA ahora corrupto

Alex Pierce: periodista de Rolling Stone

Mark Lansing: cineasta; hijo de Richard Lansing

Louis Johnson: agente de la CIA

señor Clark: agente de la CIA

Bill Bilson: periodista del Jamaica Gleaner

Sally Q: amañadora y soplona

Tony McFerson: político

agente Watson: policía

agente Nevis: policía

agentel Grant: policía

 

 

COPENHAGEN CITY

 

Papa-Lo / Raymond Clarke: capo de Copenhagen City (1960-1979)

Josey Wales: primer sicario; capo de Copenhagen City (1979-1991); jefe de la Storm Posse

Llorón: sicario; primer sicario de la Storm Posse (Manhattan y Brooklyn)

Demus: pandillero

Checho: pandillero

Bam-Bam: pandillero

Funky Chicken: pandillero

Renton: pandillero

Bestia Salvaje: pandillero

Tony Pavarotti: sicario y francotirador

Priest: mensajero y soplón

Junior Soul: soplón; posible espía de Eight Lanes

Banda de Wang: banda de Wang Sang Lands asociada a Copenhagen City

el Cobre: sicario

el Chino: jefe de banda

Treetop: pandillero

Bullman: sicario

 

 

EIGHT LANES

 

Matasheriffs / Roland Palmer: capo de Eight Lanes (1975-1980)

Chistoso: sicario y subjefe

Buntin-Banton: capo de Eight Lanes (1972-1975)

Estropajo: capo de Eight Lanes con el anterior (1972-1975)

 

 

FUERA DE JAMAICA (1976-1979)

 

Donald Casserley: traficante de drogas y presidente de la Jamaica Freedom League

Richard Lansing: director de la CIA (1973-1976)

Lindon Wolfsbricker: embajador estadounidense en Yugoslavia

almirante Warren Tunney: director de la CIA (1977-1981)

Roger Theroux: agente de la CIA

Miles Copeland: agente de la CIA

Edgar Anatolievich Cheporov: corresponsal de la agencia Novosti

Freddy Lugo: activista de Alpha 66; miembro de la Coordinación de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU)

Hernán Ricardo Lozano: activista de Alpha 66; miembro de la Coordinación de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU)

Orlando Bosch: activista de Omega 7; miembro de la Coordinación de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU)

Gael y Freddy: activistas de Omega 7; miembros de la Coordinación de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU)

Sal Resnick: periodista del New York Times

 

 

MONTEGO BAY, 1979

 

Kim Clarke: desempleada

Charles / Chuck: ingeniero en Alcorp Bauxite

 

 

MIAMI Y NUEVA YORK (1985-1991)

 

Storm Posse: mafia de narcotraficantes jamaicanos

Ranking Dons: mafia de narcotraficantes rival de la Storm Posse

Eubie: primer sicario de la Storm Posse (Queens y el Bronx)

A-Plus: socio de Tristan Phillips

Pig Tails: sicario de la Storm Posse (Queens y el Bronx)

Ren-Dog: sicario de la Storm Posse (Queens y el Bronx)

Omar: sicario de la Storm Posse (Manhattan y Brooklyn)

Romeo: traficante de la Storm Posse (Brooklyn)

Tristan Phillips: preso en Rikers Island; miembro de los Ranking Dons

John-John K: asesino a sueldo y ladrón de automóviles

Paco: ladrón de automóviles

Griselda Blanco: jefa del Cártel de Medellín en Miami

Baxter: sicario de Griselda Blanco

los camisas hawaianas: sicarios de Griselda Blanco

Kenneth Colthirst: vecino de Nueva York

Gaston Colthirst: su hijo

Gail Colthirst: su nuera

Dorcas Palmer: cuidadora

Millicent Segree: estudiante de enfermería

señorita Betsy: encargada en la agencia de empleo God Bless

Monifah Thibodeaux: drogadicta

 

 

 

 

Gonna tell the truth about it,

Honey, that’s the hardest part.*

 

Bonnie Raitt, «Tangled and Dark»

 

 

If it no go so, it go near so.**

 

Refrán jamaicano

Sir Arthur George Jennings

 

 

 

Escuchen.

Los muertos no paran de hablar. Tal vez porque la muerte no lo es en absoluto, quizá no es más que quedarse castigado después de la escuela. Sabes de dónde vienes y siempre vuelves de ella. Y sabes adónde vas, aunque parece que no llegas nunca y que sólo estás muerto. Muerto. Parece algo definitivo, pero es una palabra a la que le falta acción. Te encuentras con hombres que llevan más tiempo muertos que tú pero que no van a ninguna parte y los oyes aullar y mascullar porque todos somos espíritus, o al menos creemos serlo, aunque en realidad simplemente estamos muertos. Espíritus que se meten dentro de otros espíritus. A veces una mujer se mete dentro de un hombre y gime como si estuviera recordando la sensación de hacer el amor. Los espíritus lloran y se quejan muy alto, pero a través de la ventana todo lo que se oye son silbidos o cuchicheos bajo la cama, y entonces los niños creen que hay un monstruo. A los muertos les encanta yacer bajo los vivos por tres razones. 1) La mayor parte del tiempo la pasamos acostados. 2) Vista desde abajo, la cama parece la tapa de un ataúd, pero 3) sobre ella hay peso, un peso humano en el que te puedes meter para hacerlo todavía más pesado, y para escuchar los latidos del corazón mientras lo ves bombear y oír el susurro de los orificios nasales cuando los pulmones expulsan el aire y envidiar hasta la más breve de las respiraciones. No tengo ningún recuerdo de ataúdes.

Los muertos, sin embargo, no paran de hablar y a veces los vivos los oyen. A eso me refería. Cuando estás muerto, el habla no es nada más que tangentes y desvíos, y tampoco hay nada que hacer más que apartarse del camino y deambular un rato. Bueno, al menos eso hacen los demás. Lo que quiero decir es que los difuntos aprenden de los demás difuntos, aunque no es fácil. Yo, por ejemplo, podría escucharme a mí mismo insistir, delante de quien me quisiera oír, en que, de hecho, no me caí, sino que alguien me empujó desde el balcón del hotel Sunset Beach de Montego Bay. Y no puedo decir: cállate de una vez, Artie Jennings porque todas las mañanas me despierto y tengo que volver a recomponer mi cabeza aplastada como una calabaza. E incluso mientras digo esto recuerdo perfectamente cómo hablaba entonces: ¿les gusta esta movida, chicos? Con esto quiero decir que el Más Allá no es ninguna rumba, no es ninguna gozadera, paisano, ¿ves tú a esos tipos enrollados metiéndose en líos? Pues aquí nunca les han gustado esas cosas, de modo que lo único que puede hacerse es esperar al tipo que me mató, y no hay manera de que se muera, se limita a envejecer y envejecer y a agenciarse mujeres cada vez más jóvenes y a engendrar con ellas camadas y más camadas de niños cortos de luces y a hundir así este país.

Los muertos no paran de hablar y a veces los vivos los oyen. A veces él me contesta si lo pillo en buen momento, cuando está dormido y los ojos se le empiezan a mover de un lado para otro, y me sigue hablando hasta que su mujer le arrea una bofetada. Pero yo prefiero escuchar a los muertos veteranos. Veo a hombres con calzones raídos y gabanes ensangrentados que me hablan, pero les sale sangre de la boca y, ¡Dios bendito!, ¡qué atroz fue la rebelión de los esclavos aquella!, y por supuesto, esa reina no nos ha servido para nada de nada desde que la West India Company empezó a perder terreno lamentablemente en beneficio de la East, y por qué hay tantos negros a los que les da por dormir tan mal y donde se les antoja, y maldita sea mi estampa, no sé dónde he dejado la mitad izquierda de mi cara. Estar muerto es entender que muerto no significa desaparecido, sino que estás en pleno páramo. El tiempo no se detiene. Lo ves moverse, pero tú estás quieto, igual que un cuadro con sonrisa de gioconda. Y en ese espacio una garganta degollada hace trescientos años y una muerte en la cuna de hace dos minutos son lo mismo.

Si no pones atención a la manera como duermes, te encontrarás a ti mismo igual que te encontraron los vivos. Yo estoy tumbado en el suelo, con la cabeza como una calabaza aplastada, la pierna derecha torcida por detrás de la espalda y los dos brazos doblados de una forma en que los brazos no deberían doblarse, así que desde las alturas del balcón parezco una araña muerta. Estoy al mismo tiempo allí arriba y aquí abajo, y desde allí arriba me veo a mí mismo tal como me vio mi asesino. Los muertos reviven un movimiento, una acción o un grito y vuelven a estar ahí, igual que antes, en el tren que no redujo la marcha hasta descarrilar, en la cornisa del piso dieciséis del edificio o en el maletero donde se agotó el oxígeno. Cuerpos de pandilleros que revientan como globos pinchados al recibir cincuenta y seis balazos.

Nadie se cae de este modo si no lo empujan. Lo sé muy bien. Y también sé qué aspecto tiene y qué siente un cuerpo que cae al vacío forcejeando con el aire, intentando agarrarse a nada de nada y suplicando por que una vez, una sola vez, una jodida y única vez, ¡Dios bendito!, hijo de la grandísima puta, una sola vez el aire ofrezca algo a lo que agarrarse. Y aterrizas en una zanja de metro y medio de profundidad o bien en un suelo con baldosas de mármol que hay cinco metros más abajo, y todavía estás pataleando cuando el suelo sube e impacta contra ti porque ya se ha cansado de esperar sangre. Y seguimos muertos pero nos despertamos, yo en forma de araña aplastada y él de cucaracha quemada. No recuerdo ningún ataúd.

Escuchen.

Los vivos esperan a ver qué pasa porque se engañan a sí mismos creyendo que tienen tiempo. Los muertos ven qué pasa y luego aguardan. Una vez le pregunté a mi profesora de catequesis que, si el paraíso es el lugar de la vida eterna y el infierno es lo contrario, entonces ¿qué es el infierno? Un sitio para niños insolentes y desvergonzados como tú, me dijo. Sigue viva. La veo en el Hogar de Ancianos Eventide, demasiado vieja y demasiado estúpida ya; ha olvidado cómo se llama y habla con un murmullo tan apagado que nadie puede oírla decir que tiene miedo al anochecer porque es entonces cuando vienen las ratas a por los dedos que le quedan en los pies. Y veo más que eso. Si miras con la suficiente atención, o basta con que mires a la izquierda, verás un país que sigue exactamente como lo dejé. Jamás cambia: cuando estoy con personas, resulta que son idénticas a como eran cuando las dejé; la edad no altera nada de nada.

El hombre que fue padre de una nación, para mí más padre incluso que el mío de verdad, lloró como una mujer que acabara de enviudar de repente al enterarse de que yo había muerto. Nunca adviertes que los sueños de los demás están conectados contigo hasta que te mueres, y entonces ya no puedes hacer nada más que verlos morir de una forma distinta, despacio, una extremidad tras otra, un sistema tras otro. Problemas cardiacos, diabetes: enfermedades que matan despacio y con nombres que suenan a lento. Es el cuerpo que va a la muerte con impaciencia, pedazo a pedazo. Vivirá lo bastante para ver cómo lo convierten en héroe nacional y morirá siendo el único que cree haber fracasado. Es lo que sucede cuando encarnas las esperanzas y los sueños en un solo individuo: se convierte en un simple recurso literario.

Ésta es la historia de varios asesinatos, de unos chicos que no significaban nada para un mundo que prosigue su curso, pero en quienes, cuando pasan a mi lado, percibo el aroma dulzón y asqueroso del hombre que me mató.

El primero se desgañita como un cerdo, pero el grito se le detiene en el umbral de los dientes porque lo han amordazado y la mordaza sabe a vómito y a piedra. Alguien le ha atado las manos a la espalda, pero da la sensación de que las ligaduras están flojas porque se le ha levantado toda la piel de las muñecas y la sangre está engrasando la cuerda. Patalea con ambas piernas porque tiene la derecha atada a la izquierda, da patadas contra la tierra que se eleva un metro y medio, dos metros, y no puede ponerse de pie porque está lloviendo barro y tierra y del polvo al polvo y rocas. Una roca le golpea en toda la nariz y otra se le clava en el ojo y se lo revienta, y él grita, pero el grito le llega a la punta de la boca y vuelve hacia dentro como un reflujo; la tierra es como una inundación que no para de subir y él ya no puede verse las puntas de los pies. Entonces se despierta y sigue muerto; no quiere decirme cómo se llama.

LOS CHICOS DE LA VIEJA ESCUELA

 

2 DE DICIEMBRE DE 1976

Bam-Bam

 

 

 

Sé que tenía catorce años. Eso lo sé. También sé que hay mucha gente que raja demasiao, sobre to el americano, que no se calla nunca, el men se parte de la risa cada vez que habla de ti, y es extraño que diga tu nombre al lao del de otra gente de la que no tenemos ni idea, como Allende Lumumba, que parece el nombre del país de Kunta Kinte. El americano va casi siempre con los ojos tapaos con las gafas de sol, como si fuera un predicador que ha venío aquí a hablar con los negros. Él y el cubano vienen juntos a veces, o a veces separaos, y cuando uno habla el otro siempre se achanta. El cubano no toca las armas porque las armas siempre necesitan que las necesites, dice.

Recuerdo que yo antes dormía en un catre y que mi madre era puta y mi viejo el único hombre bueno que quedaba en el gueto. Y me acuerdo de que nos pasamos unos días espiando la gran casa que tenías en Hope Road, y de que en un momento dao saliste a hablar con nosotros como si tú fueras Cristo y nosotros Iscariote y nos hiciste así con la cabeza, como diciendo caminen, enfilen pa lo de ustedes, hagan lo que haya que hacer. Pero no me acuerdo de si yo te vi de veldá o si me lo contó alguien que sí te había visto y por eso creo que yo también te vi, saliendo al porche de atrás, zampándote un cacho de frutipán, y entonces ella salió dispará como si tuviera cosas muy importantes que hacer afuera a esa hora de la noche y se quedó tiesa porque estabas encuero en pelota, luego la tipa te agarró el mandao porque se lo quería comer ella sola, aunque a los rasta no les gusta que las mujeres vayan por ahí de frescas, y los dos se pusieron a templar hasta la madrugá, y yo me la tocaba y me la tocaba, y me rallé tremenda yuca na má de verlos y de oírlos, y luego na, tú escribiste una canción de eso. El muchacho de Concrete Jungle estuvo viniendo con el mismo ciclomotor verde de chica cuatro días a las ocho de la mañana y a las cuatro de la tarde pa buscar el sobre marrón, hasta que el equipo nuevo de seguridá le empezó a decir que se perdiera. De eso también nos enteramos.

En Eight Lanes y en Copenhagen City lo único que se puede hacer es mirar. Esa voz que habla tan bonito por la radio dice que el crimen y la violencia están adueñándose del país, y que está por ver si va a cambiar la cosa o qué, pero en Eight Lanes lo único que podíamos hacer era mirar y esperar. Y yo vi que bajaban los ríos de mielda por la calle, y uno aquí, esperando. Y vi que mi madre se metía a dos tipos por veinte dólares por cabeza y a otro más que le pagó veinticinco pa soltárselo todo dentro en vez de echarlo pa fuera, y uno aquí, esperando. Y vi que mi viejo acababa tan harto y tan cansao de ella que la molía a palos. Y vi que el zinc de los tejaos se oxidaba hasta ponerse marrón, y luego pa colmo la lluvia le hizo tantos huecos que parecía un queso franchute, y también vi a siete personas en una habitación y una estaba preñá, pero la gente singaba igual porque eran tan pobres que no tenían ni pa la vergüenza, y yo, na, aquí esperando.

Y el cuartito se fue quedando más y más pequeño, y siguieron llegando del campo más hermanas, hermanos, primos, y la ciudad crecía y crecía y no había sitio pa pegar un brinco ni pa marcarse unos pasillos y no había pollo pa’l curry, y cuando lo había era demasiao caro, y a una niña le metieron unas puñalás porque sabían que los martes le daban dinero pa comer, y los chamacos como yo estábamos creciendo y no íbamos mucho a la escuela ni sabíamos leer ni na de na, pero sí conocíamos la Coca-Cola y queríamos ir a un estudio y grabar un tema y cantar hits y usar la música pa salir del gueto, pero Copenhagen City y Eight Lanes son muy grandes los dos y cada vez que llegas al final, el final se te fuga pa’lante, como si fuera una sombra, hasta que el mundo entero es un gueto, y tú, na, a esperar.

Yo vi que eras ambicioso y que estabas esperando porque sabías que era sólo cuestión de suerte, así que te dedicaste a deambular por el estudio hasta que Desmond Dekker le dijo al men que te diera una opoltunidá, y el men te dio esa opoltunidá porque te notó la ambición en la voz hasta antes de oírte cantar. Grabaste un tema, pero no era un hit porque ya entonces era demasiao bonito pa’l gueto, y es que ya había pasao esa época en la que las cosas bonitas nos ponían la vida más fácil. Te vimos en el chanchulleo, haciéndote el macho para grabar un single y deseamos que te fuera mal. Y sabíamos que además nadie te iba a querer de pandillero porque tenías tremenda pinta de intrigante.

Y cuando saliste pitando de aquí pa Delaware y volviste, intentaste cantar ska, pero el ska ya se había largao del gueto pa irse a vivir a los barrios altos. El ska se subió a un avión pa’l extranjero pa hacer creer a los blancos que era como el twist. Y no sé si los sirios y los libaneses estaban orgullosos de eso, pero cuando nosotros vimos a esa tribu en el periódico posando con azafatas de vuelo, no nos sentimos orgullosos, nos quedamos pasmaos. Entonces sacaste otro tema y esa vez sí que fue un hit. Pero un solo hit no te podía sacar del gueto si el men pa’l que grababas era un vampiro. Un solo hit no te podía convertir en Skeeter Davis o en el men ese que cantaba las Gunfighter Ballads.

Cuando un chama como yo sale de su madre, ella ya pasa de to. El predicador dice que hay un vacío en forma de Dios en la vida de to el mundo, pero la gente del gueto pa llenar un vacío no tiene más que vacío. Mil novecientos setenta y dos no se parece en na a mil novecientos sesenta y dos, y la gente sigue hablando bajito porque no se pueden poner a gritar que cuando Artie Jennings se murió se llevó también la ilusión de golpe. No sé qué ilusión sería ésa, la veldá. La gente es idiota. No es que la ilusión se marchara, es que la gente no reconoce una pesadilla ni aunque esté en el centro de ella. Y empieza a mudarse más gente al gueto porque Delroy Wilson canta eso de que «better must come», vendrán tiempos mejores, y el men que acabará siendo primer ministro también lo canta. Vinieron tiempos mejores. Morenos con pinta de blancos, pero que cuando hace falta hablan como los negros, cantando «Better Must Come». Mujeres que visten como reinas y a las que les sudaba el bollito con el gueto antes de que en Kingston triunfara el «Better Must Come».

Pero primero, lo peor.

Nos dedicamos a esperar. Dos men traen armas al gueto. Uno de ellos me enseña a usarlas. Pero la gente del gueto ya nos estábamos matando antes. Nos dimos con to lo que encontrábamos: palos, machetes, cuchillos, picahielos, botellas de refrescos. Matamos por comida. Matamos por dinero. A veces a un men lo liquidan porque a otro no le ha gustao cómo lo miraba. Y pa matar no hacen falta razones. Esto es el gueto, ¡eh! Las razones son pa los ricos. Nosotros tenemos la locura.

La locura es ir andando por una calle elegante del centro y ver a una madama vestida a la última moda y que te entren ganas de embestirla y jalarle el bolso, aunque está claro que lo que quieres en veldá, veldá, no es el bolsito ni el dinero; es que la madame grite cuando vea que te le tiras directo a chuparle la bembita pintá, y quitarle la cara esa de contenta de un bofetón y sonarle un puñetazo en to el ojo que la deje bizca, jodida, y matarla allí mismo y violarla antes o después de descojonarla porque eso es lo que los pandilleros les hacemos a las mujercitas decentes como ésas. La locura es lo que te hace seguir a un men trajeao por la calle King, donde los pobres no van nunca, y ver que tira un bocadillo de pollo, y tú lo hueles y deliras al ver que la tribu sea tan rica que puede usar pollo solamente pa meterlo entre pan del malillo, y pasas al lao de la basura y lo ves, todavía envuelto en papel de plata y fresco, no marrón como la otra basura ni lleno de moscas ni na, y primero piensas que quizá, y luego que sí, y al final piensas que tienes que agarrarlo, sólo pa ver a qué sabe el pollo sin huesos dentro. Pero le dices que no a la locura, y es que la que tú tienes dentro no es locura tipo chifladura sino locura tipo rabia porque sabes que el tipo lo ha tirao ahí, men, na ma’ pa que tú lo vieras, chico. Y te juras que un día vas a empezar a andar por la calle ensillao, armao con un cuchillo y que la próxima vez que veas al tipo ese te le vas a tirar arriba y le vas a abrir to el pecho y dejárselo bien rajao.

Pero ese men sabe que los chamas como yo no podemos caminar mucho por el centro sin que nos asalte Babilonia. Basta con que la policía vea que voy descalzo pa que vengan y me digan: pero qué cojones haces tú aquí con la gente decente, negro asqueroso, y me den a elegir: Puedo mandarme a correr y el singao me puede perseguir hasta uno de los callejones que sirven de atajos por la ciudá y allí a solas balearme. Lleva el cargador bien lleno, o sea que alguna bala me dará. O bien me dejo dar una paliza a la vista de la gente fina, primero me enciende a golpes, me deja sin muelas y después me abre la sien, o sea que ya nunca más oiré bien por ese lao, y luego me canta: Que te sirva de lección, pa que una rata asquerosa del gueto como tú nunca se aparezca por los barrios altos. Y yo na, aquí esperando.

Pero luego volviste, y eso que nadie sabía que te habías ido. Las mujeres te preguntaban por qué habías vuelto cuando en América había cosas tan buenas como el arroz Uncle Ben’s. No sabíamos si te habías ido allí a cantar hits. Algunos te seguimos vigilando mientras rondabas por el gueto como un chamaquito al que le va queda la camisa. Ahora sé de qué ibas, pero entonces no lo veía, no veía que te estabas haciendo la sombra de tal pistolero y de aquel rasta que tenía un estudio de pinga, y del cabrón de más acá y del pandillero de más allá, y hasta de mi padre, pa que todo el mundo te conociera bastante, na, pa caerles bien, vaya, pero no tanto com pa que se les ocurriera reclutarte, no hay que exageral. Y cantabas de lo que fuera, de lo que fuera con tal de conseguir un hit, hasta de asuntos de los que sólo tú sabías y que no importaban a nadie. «And I Love Her», por ejemplo, porque Prince Buster hizo una versión de «You Won’t See Me» y había colao un hit. Usabas lo que te caía en las manos, hasta melodías que no eran tuyas, y cantaste mucho y muy seguío, hasta que las canciones te sacaron del gueto. En 1971 ya salías por la tele. En 1971 yo disparé por primera vez.

Tenía diez años.

La vida en el gueto no vale na. No pasa na por matar a un men. Me acuerdo de la última vez que mi padre me intentó proteger. Había vuelto corriendo de la fábrica, me acuerdo porque cuando nos poníamos juntos mi cara quedaba a la altura de su pecho, y el men estaba jadeando como un perro. El resto de la tarde lo pasamos en la casa, los dos agachaos. Es un juego, me dijo él, to nervioso. Pierde el primero que se ponga de pie, me dijo. Pero yo me puse de pie porque tenía diez años y ya era mayor y estaba cansao de jugar, y el viejo me pegó un grito y me agarró y me metió un piñazo por el pecho. Y yo intenté respirar, pero me costaba tanto trabajo que me dieron ganas de llorar y me dieron ganas de odiarlo a él, pero en ese momento llegó la primera bala, como si alguien hubiera tirao una piedra, y rebotó en la pared. Y luego la siguiente y la siguiente. Y luego atravesaron la pared, ratatatatatatatata, menos la última, que reventó una maceta, y luego se clavaron en la pared seis, siete, diez, veinte balas más, era como chakachakachakachakachakachaka. Y el viejo me agarró y me intentó tapar los oídos, pero me apretó tan fuerte que no se dio cuenta de que me estaba clavando el dedo en to el ojo. Y yo oí las balas y el ratatatatatata y el fuuuuuush-buuum, y sentí que el suelo temblaba. Y oí gritos de mujeres y de hombres y de niños, de esos gritos que se parten por la mitá, de esos que se acaban porque les sube la sangre de la garganta a la boca y hace como gargajos y los asfixia. Y él me sujetó contra el suelo y me tapó la boca pa que no gritara, y a mí me vinieron ganas de morderle la mano, y se la mordí porque también me estaba tapando la nariz, y yo intentando decir: papá, no me mates tú, pero el viejo estaba temblando, yo no sé si eran los tembleques de morirse, y volvió a temblar el suelo, y ahora estaba to lleno de pies y más pies, por tos laos, hombres pasando y corriendo y corriendo y pasando y riéndose y chillando y gritando que están muriendo tos los hombres de Eight Lanes. Y mi padre me empujó contra el suelo y me tapó con el cuerpo pero el muerto pesaba como un saco lleno y a mí me dolía la nariz, y él olía a aceite de carro y me estaba clavando la rodilla o no sé qué coño en la espalda, y el suelo sabía amargo, no sé si por el abrillantador del suelo rojo o qué, y yo quería que se me quitara de encima, y lo odiaba, y todo se oía como si estuviera tupio con medias. Y cuando por fin se me quitó de encima, la gente estaba gritando afuera pero ya no se oían los ratatatatatatatatata ni los fuuuuuush-buuum, pero él estaba llorando y yo lo odié.

Dos días más tarde mi madre volvió toda feliz y luciendo un vestido nuevo que era el más bonito de to aquel gueto de mielda, y mi viejo la vio porque no había ido a currar porque to el mundo tenía miedo de salir a la calle, y el viejo le fue directo pa arriba y le dijo: puta asquerosa, pero si te huelo la leche a tres leguas. La agarró del pelo y le metió una patá en la barriga y ella le gritó que él no era hombre ni era na porque no podía singarse ni a una pulga, y él le dijo: ¡ah!, o sea que lo que quieres es que te singuen, puta, ¿no? Y le dijo: voy a conseguirte una pinga bien grande pa ti, y la agarró por el pelo y la arrastró por todo el cuarto, y yo estaba mirando desde debajo de las sábanas porque él me había escondío allí por si acaso venían tipos malos por la noche, y entonces agarró una escoba y le dio por todos laos, por arriba y por abajo, por delante y por detrás, y ella estuvo gritando hasta que ya sólo lloraba y luego sólo lloriqueaba, y él le dijo: ¿conque quieres una pinga bien grande? Déjame que te dé yo una pingona bien grande, puta asquerosa, y agarró la escoba y le abrió las piernas a patadas. Luego la echó de casa y le tiró la ropa pa la calle, y yo pensaba que era la última vez que veía a mi vieja, pero no, ella volvió al día siguiente, toda vendada igual que las momias de las películas aquellas que echaban por treinta centavos en el cine Rialto, y pa colmo se apareció con tres tipos.

Cogieron a mi viejo entre los tres, pero mi padre peleó, peleó como un hombre, hasta les arreó puñetazos en plan John Wayne, que es como se supone que pelean los hombres de veldá. Pero él era uno solo y ellos primero tres y luego cuatro. Y el cuarto no vino hasta que a mi viejo ya le habían molío a palos y lo habían dejao como un tomate pisoteao, y uno de los tipos le dijo: yo me llamo Chistoso y voy a ser el próximo capo de por aquí, ¿pero tú sabes cómo te llamas? ¿Sabes cómo te llamas? Te pregunto si sabes cómo te llamas, maricona. Y mi madre se rio pero le salió la risa como si se estuviera ahogando, y Chistoso le dijo a mi viejo: ¿te crees que eres importante porque trabajas en una fábrica? El trabajo en la fábrica te lo di yo y yo te lo puedo quitar, maricón. ¿Sabes cómo te llamas, maricón? Te llamas chivato. Y entonces les dijo a los demás que se fueran.

Y dijo: ¿sabes por qué me llaman Chistoso? Porque nunca estoy pa bromas.

Hasta a oscuras a Chistoso le brillaba la piel más que a nadie porque ese men la tenía siempre roja, como si todo el tiempo tuviera la sangre a flor de piel, o como cuando los blancos toman demasiao el sol, y encima tenía los ojos grises como un gato. Y Chistoso le dijo a mi viejo que lo iba a matar, ahora mismo, pero que si le mamaba la pinga lo dejaría vivo, como a los leones de Nacida libre, pero que tendría que largarse del gueto. Y le dijo que solamente había una forma de que no lo matara, y le dijo más cosas pero el men se bajó la cremallera y se sacó la pinga y le dijo: ¿quieres vivir? ¿Quieres vivir? Y mi viejo quería vivir, y escupió, y Chistoso le puso la fuca contra la oreja. Y le dijo a mi viejo un sitio del campo al que se podía largar y que se podía llevar a su vejigo, y cuando dijo vejigo ahí sí yo me puse a temblar, pero nadie sabía que yo estaba debajo de aquellas sábanas. Y le gritó: ¿quieres vivir? ¿Quieres vivir? Una vez y otra y otra, como si fuera una chiquilla malcriada, y le frotó los labios a mi padre con la pinga, y mi padre abrió la boca y Chistoso le dijo: como me muerdas el rabo te pego un tiro en el cuello pa que oigas cómo te mueres, y Chistoso se la metió a mi padre en la boca y le dijo: ya puedes chupar, dale, que pa eso tienes boca de pescao muerto. Y gimió y gimió y gimió, le singó la boca a mi padre y luego le sacó la pinga de la boca, le sujetó la cabeza bien duro y le pegó un tiro: Pap. En vez de hacer bang como en las películas de vaqueros, o como cuando dispara Harry Callahan, hizo un pap fuerte y seco que hizo temblar la habitación. La sangre salpicó la pared. El chillido se me escapó al mismo tiempo que el disparo, así que nadie se enteró de que yo todavía estaba debajo de la colcha.

Mi madre entró corriendo y se echó a reír y le dio una patada a mi padre, y Chistoso se le acercó y le pegó un tiro en la cara. Ella se me cayó encima, así que cuando él dijo: búsquenme al vejigo, ellos miraron en tos laos menos debajo de mi madre. Y Chistoso dijo: ¿pero pueden creer que el muy mariconazo me dice que me la va a mamar como una mamalona y a darme placer si lo dejo vivir? Y el singao pervertío coge y me agarra la pinga. ¿Se imaginan eso?, les dijo a los hombres que me estaban buscando, pero yo estaba debajo de mi madre y tenía sus dedos clavaos en la cara y estaba como en una jaula, mirando por entre sus dedos, pero no lloraba, y Chistoso no paraba de decir que mi padre era maricón, tenía que ser maricón, ¿no?, porque eso es lo único que justifica que mi vieja fuera tan puta, porque si no ¿quién se iba a ocupar de su bollo? Y luego les dijo que no le contaran nada de todo aquello al Matasheriffs.

La casa quedó en silencio. Yo me quité a mi madre de encima y me alegré de que estuviera oscuro, pero no me podía ir porque me podían agarrar, así que me quedé esperando. Y mientras yo esperaba, mi padre se levantó del suelo de al lao de la puerta y se me acercó y me dijo que el inglés era la mejor asignatura de la escuela porque aunque encuentres trabajo de fontanero nadie te va a dar trabajo si hablas mal, y que el hablar bien lo es todo, es hasta más importante que aprender un oficio. Y también me dijo que hay que aprender a cocinar, aunque sea cosa de mujeres, y siguió rajando y rajando y rajando por los codos, hablando demasiao, que es lo que hacía siempre, y a veces hablaba tan fuerte que yo no sabía si quería que lo oyeran los vecinos y aprendieran de él también o qué, pero no, seguía tirao en el suelo, y ahora me dijo que corriera, que me escapara ya porque iban a volver a mangarle los Clarks que llevaba puestos y to lo demás que hubiera en la casa que valiera algo, y que iban a poner la casa entera patas pa arriba pa encontrar dinero, aunque él tenía toda la pasta en el banco. Estaba tirao al lao de la puerta. Yo fui a quitarle los Clarks, pero le vi la cabeza y vomité.

Los Clarks me quedaban grandes y me fui haciendo clapclapclap hasta la parte trasera de la casa, que daba a un sitio donde no había na más que vías viejas y maleza, y me tropecé con la puta de mi madre, que se meneó como si estuviera viva, aunque no lo estaba. Me subí a la ventana y salté. Los Clarks me quedaban demasiao grandes pa correr, así que me los quité y salí huyendo entre los hierbajos y las botellas rotas y la mielda caliente y la mielda seca y los fuegos que todavía ardían, y así, siguiendo las vías muertas se podía salir de Eight Lanes, así que corrí y corrí y me escondí en los matorrales hasta que el cielo se puso primero naranja, después rosado y después gris, y luego se puso el sol y salió una luna bien gorda. Cuando vi que pasaban tres camiones llenos de hombres, me eché a correr hasta llegar a las Garbagelands, que son kilómetros y más kilómetros de basura y porquería y mielda. To lo que tira la gente de los barrios altos, montañas enteras de mielda con valles y dunas como un desierto y fuegos por tos laos, y yo seguí corriendo y no paré hasta que vi el gueto otra vez y vi un control de carreteras con un camión al lao, y me metí corriendo debajo del camión y luego volví a correr, y se oían hombres gritar y chillar a las mujeres, y ahora las casas se veían distintas, más juntas, más pegadas, y yo seguí corriendo y de golpe me salió un tipo con una metralleta, pero una mujer le gritó: ¡si es un muchachito, y mira cómo va sangrando el pobre! Y entonces algo me hizo tropezar y me di un toletazo y me puse a berrear, y entonces se me acercaron dos tipos y uno me apuntó con la fuca y ahora yo estaba medio ahogao, como mi padre cuando roncaba dormío, y el hombre de la fuca se me acercó y me gritó: ¿de dónde eres, eh? Hueles a maricona de Lanes. Y el otro dijo: es un muchachito, y va lleno de sangre. Y el otro me preguntó si me habían disparao o qué. Y yo no podía hablar, lo único que pude soltar fue: los Clarks son buenos zapatos, los Clarks son buenos za… Y el tipo de la fuca hizo clic con ella, y alguien le gritó, ¡pero mira que le gusta disparar al sapingo de Josey Wales! Y luego le gritó que no todo se resolvía a tiro limpio, y por fin los dos individuos se alejaron de mí, pero luego llegó mucha más gente, también mujeres. Por fin el gentío se separó como las aguas del Mar Muerto al pasar Moisés y él se me acercó andando y se me paró delante.

¿Qué pasa, que ahora Matasheriffs está liquidando a los suyos? ¿No sabe que los hombres en buenas condiciones físicas escasean o qué? Debe de ser el control de la natalidad que tienen en Eight Lanes. Y to el mundo se rio. Yo dije mamá y papá y no me salió nada más, pero él dijo que sí con la cabeza pa que yo viera que lo entendía. ¿Quieres matarlo tú a él?, me dijo, y yo quería decirle que lo quería liquidar por mi padre y no por mi madre, pero lo único que me salió fue: s-s-s-s-s, así que dije que sí muy fuerte con la cabeza, como si me acabaran de pegar y no pudiera hablar. Pronto, pronto, me dijo él, y le dijo a una mujer que viniera y la mujer intentó cogerme en brazos, pero yo agarré mis Clarks y el tipo se rio. Era un men grandullón con una camisa larga de malla blanca que relucía a la luz de las farolas y le iluminaba la cara, y la barba le tapaba el rostro casi entero, pero los ojos no porque los tenía grandes y muy brillantes también, y sonreía tanto que casi no se le veía lo gruesos que tenía los labios, ni tampoco que cuando paraba de sonreír y se le metían las mejillas pa dentro la barba le daba a su cara en forma de V muy afilada y los ojos te miraban con frialdad. Y entonces dijo: que se enteren de que los que viven aquí en Copenhagen City no son escoria del gueto, y luego me miró como si pudiera hablar sin decir na na y me di cuenta de que estaba pensando que yo le iba a caer bien. Y dijo: tráiganle un vaso de agua de coco a este muchacho, y la mujer le dijo: sí, Papa-Lo.

Desde entonces vivo en Copenhagen City, y desde allí miro Eight Lanes y me dedico a esperar el momento. He visto a la tribu de Copenhagen City primero con cuchillos, luego con pistolas de vaquero, luego con M16 y al final con armas tan pesadas que no pueden ni con ellas, y he cumplío doce años, o eso creo porque Papa-Lo dice que el día que me encontró es mi cumpleaños, y me ha dao también a mí una pistola y me llama Bam-Bam. Y un día fui a las Garbagelands con otro chiquillo y aprendí a disparar, pero el retroceso hizo que me cayera y los demás se rieron y me llamaron mariquita, y yo le dije que así es como le dije a su madre la otra noche cuando me la estaba singando, y ellos se rieron y otro hombre, el que se llamaba Josey Wales, me puso la pistola en la mano y me enseñó a apuntar. He crecío en Copenhagen City y he visto cambiar las armas y sé que no vienen de Papa-Lo. Vienen de los dos tipos que traen las armas al gueto y del hombre que me enseñó a usarlas.

Nosotros, el sirio, el americano y el doctor Amor, en la cabaña de la playa.