Portada

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Nancy Warren.

Todos los derechos reservados.

UNA AVENTURA CON REGLAS, Nº 45 - septiembre 2011

Título original: The Ex Factor

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

© 2005 Jamie Sobrato.

Todos los derechos reservados.

PASIÓN DE UNA NOCHE, Nº 45 - septiembre 2011

Título original: As Hot As It Gets

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Publicado en español en 2006

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Pasión son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-750-1

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta: TATYANAMIRRA/DREAMSTIME.COM

Epub: Publidisa

Inhalt

Una aventura con reglas

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Pasion de una noche

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Epilogo

Promoción

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Portada

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Una aventura con reglas

Nancy Warren

1

—Stacy quiere el tema circense —dijo Patricia Grange en un tono casi suplicante.

Era un tono que Karen Petersham conocía bien. Era la petición desesperada de una madre que ha malcriado tanto a su hija, que ya no sabe cómo parar. Karen, una de las organizadoras de bodas más afamadas de Filadelfia, estaba acostumbrada a las novias caprichosas y a sus peticiones estrambóticas, pero ésa superaba cualquiera.

—Una boda de estilo circense es muy… inusitada —replicó Karen con delicadeza—. No se celebran muchas…

—Es por el Cirque du Soleil —le explicó Patricia con un gesto de impotencia.

—¿El Cirque du Soleil?

¿Qué tenían que ver unos acróbatas con una boda?

—Sí. Hudson la llevó a verlo la primera vez que salieron juntos. Creen que sería muy romántico recrear el ambiente circense en su boda.

—Bueno, deberíamos alegrarnos de que no la llevara a pescar por un agujero en el hielo…

—Sí… —reconoció la mujer con una sonrisa vacilante mientras se estiraba la falda de Gucci—. En el Cirque hay acrobacias y payasadas, naturalmente.

—Dos habilidades muy necesarias para que un matrimonio salga bien.

—Efectivamente —la mujer sonrió con agradecimiento—. Además, el Cirque actuó en los Óscar una vez, recuerdo que lo vi por televisión.

Sólo una chica de la flor y nata de Filadelfia podía comparar su boda con la entrega de los Oscar. Karen ya se temía que esa boda iba a ser una pesadilla. La madre de la novia había acudido a la cita, pero la novia, no. Eso siempre era una mala señal. Deseó decirle que se fuera con sus acróbatas a buscar otra organizadora, pero no lo hizo. Aunque le desesperaban algunas de las cosas que le pedían, también exprimía al máximo los encargos más complicados. La verdad era que esas pruebas evitaban que se aburriera.

La luz de octubre entraba por los ventanales del almacén de ladrillo de la parte vieja de la ciudad que había reformado para instalar su floreciente empresa y se reflejaba en el suelo de madera que había restaurado.

—Veré lo que puedo hacer. Elaboraré una propuesta y podemos reunirnos otra vez dentro de dos semanas. A ser posible, con la novia también…

Cuando se marchó la clienta, Karen hizo unas anotaciones en el ordenador, se levantó y cruzó el despacho.

—Voy a ver a Chelsea —le dijo a Dee, su ayudante, mientras se marchaba.

Dee era una joven rubia y británica que la ayudaba a organizar las bodas y a llevar la oficina y no se sorprendió, porque todos los días Karen daba un corto paseo hasta las instalaciones de su buena amiga y proveedora de las comidas. Se acercaba a Hammond & Co. para comentar asuntos de trabajo o charlar con Chelsea Hammond, que se había convertido en una amiga íntima. Además, si andaba esas dos manzanas a buena velocidad, era un ejercicio equivalente a quince minutos en la cinta mecánica.

Se puso las gafas de sol y un chaquetón ligero y se dirigió hacia el local donde Chelsea vendía comida preparada y café, además de llevar la boyante empresa de catering con una enorme cocina industrial que tenía en la trastienda. En el piso de encima había un pequeño apartamento que utilizaba como despacho.

Chelsea estaba dejando un cuenco con ensalada de quinoa en una vitrina cuando Karen entró. Supo que era de quinoa porque lo decía un cartel. Para Karen, al revés que para su amiga, la comida no era una pasión, sino un enemigo, e intentaba pensar en ella lo menos posible. No era nada aficionada a esos programas de televisión en los que unos hombres impresionantes preparaban comidas deliciosas, dos de las cosas que más le gustaban y que peor le sentaban a su figura baja y llena de curvas. Su amiga, a quien la naturaleza había bendecido con un cuerpo alto y esbelto, le dirigió su sonrisa franca aunque algo pícara.

—Perfecto, has llegado justo a tiempo para tomar un café.

—El mío con leche y acompañado por una de tus tartas de chocolate de cuatro mil calorías.

Como Karen estaba permanentemente a régimen, Chelsea arqueó una ceja.

—¿Un día complicado? —La novia quiere una boda de tema circense. El Cirque du Soleil, nada menos.

Chelsea sirvió dos tazas de café, preparó un plato con distintos manjares y se dirigió hacia alguien que estaba en la cocina.

—Me subo un momento. Echa una ojeada a la tienda y llámame si me necesitas.

—De acuerdo —contestaron.

Subieron las escaleras al despacho.

—Me pregunto si en la noche de bodas habrá trapecistas y pirámides humanas. —Te veo muy cáustica. —Lo sé —Karen suspiró—. Para ti es muy fácil.

Tienes un pedrusco resplandeciente en el dedo y el hombre más maravilloso del mundo está enamorado de ti, pero yo soy una divorciada amargada. La organizadora de bodas que no cree en el matrimonio.

—Claro que crees, lo que pasa es que no has encontrado al hombre adecuado.

—Tengo treinta y cinco años y las novias son más jóvenes cada año —Karen miró con melancolía la tarta de chocolate—… y más delgadas. Debería tirar la toalla y engordar tranquilamente. Si no voy a tener relaciones sexuales, por lo menos podría disfrutar comiendo.

—No estás gorda, estás voluptuosa. Te conozco. Si te comes esa tarta de chocolate, sólo te torturarás. Sin embargo, esa barrita de limón es baja en calorías.

—Eres demasiado buena conmigo.

Karen suspiró y casi se abalanzó sobre el dulce amarillo que había en el plato.

—¿Me tomas el pelo? De no ser por ti, no tendría este local tan bueno ni la mitad de actividad. Me alegro muchísimo de que me dieras una oportunidad.

Karen, mientras daba un mordisco a ese trozo del paraíso con sabor a limón, pensó que era verdad. Cuando se conocieron, Chelsea acababa de volver de una escuela de cocina en París y estaba intentando montar su empresa de catering. Cuando Karen probó su comida y charló un rato con ella, sintió una emoción muy profunda porque supo que había encontrado la pieza que le faltaba en su empresa de organizar bodas. Ningún otro organizador de bodas podría contratar los servicios de Hammond & Co., aunque era libre de servir la comida de cualquier otra celebración. Chelsea, a cambio, se llevaba todos lo caterings de Si Puedes Soñarlo, la empresa de Karen, y eran muchos.

—¿Cuándo está programada la boda circense? — preguntó Chelsea mientras abría un archivo de su ordenador portátil.

—Depende del calendario del Cirque du Soleil — contestó Karen.

—¡Caray! —exclamó Chelsea mirando a su amiga.

—Sí. Al parecer, alguien por parte del novio conoce a alguien que puede conseguir que actúen en la boda —Karen sacudió la cabeza por la cantidad de trabajo que se avecinaba—. Vamos a necesitar un espacio inmenso y muy alto. La novia piensa que a lo mejor quiere una carpa de circo como Dios manda.

—Pensaré algunas ideas para la comida —Chelsea hizo una mueca—. Aunque el circo no inspira mucho. Tendré que trabajar la decoración y la presentación — tecleó unas palabras—. Laurel sí que va a emocionarse.

Laurel era una repostera de un talento tan extraordinario, que sus tartas eran verdaderas obras de arte y arquitectura que, además y asombrosamente, estaban deliciosas. Una boda de Si Puedes Soñarlo destacaba por estar minuciosamente organizada, por una comida excelente y por una tarta sorprendente y deliciosa.

—Tienes razón. Va a encantarle. No puedo imaginarme lo que se le ocurrirá —comentó Karen. —Eso es, precisamente, lo maravilloso de sus tartas.

—Esta mañana me ha llegado otra oferta. Ella quiere casarse en mayo o junio del año que viene, ¿tienes algún inconveniente?

Chelsea la miró con cierta perplejidad.

—No, ¿por qué iba a tenerlo?

Karen había intentado tener tacto para enterarse de cuándo pensaba casarse esa mujer que estaba prometida al hombre de sus sueños. Sin embargo, hasta el momento, la sutileza no había dado resultados.

—Me pregunto cuándo pensáis casaros David y tú. Necesitarás algunos días libres, ¿no?

Chelsea agitó la mano y el anillo de compromiso resplandeció como un arco iris.

—No te preocupes. Ya lo arreglaremos. Los dos estamos muy ocupados por ahora.

—Ese hombre tiene que decidirse —soltó Karen tajantemente.

Karen todavía no le había perdonado del todo a David Wolfe que llegara a un trato con Chelsea para que ella fingiese ser su prometida y él conseguir así un ascenso en el trabajo. Naturalmente, se enamoró perdidamente de Chelsea. Era impresionante, una cocinera excepcional y una de las mujeres más encantadoras que Karen había conocido. Entonces, ¿se había comprometido inmediatamente con esa mujer increíble? No, claro que no. Era un hombre y no se enteró de que tenía delante de las narices a la mujer más maravillosa de Filadelfia. En cambio, estuvo a punto de perderla. Karen nunca se olvidaría de esa mujer con el corazón partido que se refugió en ese sitio que usaba de despacho mientras luchaba para sacar adelante su empresa y olvidar a David.

Afortunadamente, él recuperó el juicio y ya estaban prometidos y vivían en la impresionante casa que él tenía en el centro de la ciudad. Sin embargo, ella estaría mucho más feliz cuando el compromiso se convirtiera en matrimonio. ¿Qué frenaba a David? ¿Quería perderla otra vez?

—Él está bien, de verdad. Los dos estamos bien.

Ella no se lo creyó, pero también sabía que Chelsea no era de las que se confesaba fácilmente. Hablaría cuando le pareciese bien.

Decidió que ya tenía bastante con los números de circo y las propuestas que le llegaban cada día como para preocuparse de por qué su amiga no se casaba con el hombre al que estaba prometida y, sin ganas, se bebió la taza de café.

Cuando volvió a su despacho, Karen se sentía más tranquila. Sus labios todavía sabían a limón y la idea de organizar un circo para una boda le pareció más divertida que fastidiosa.

—Los Swenson han pedido retrasar su cita media hora y han llegado dos mensajes nuevos —le comunicó su ayudante—. Los he dejado en tu mesa con el correo.

—Perfecto. Gracias.

Entró en su despacho. Sobre la mesa antigua no había nada excepto su ordenador portátil, la agenda de cuero que seguía utilizando a pesar de la tecnología, el pequeño montón de correo y los mensajes telefónicos. Tenía diez minutos hasta su cita con Sophie Vanderhooven, una clienta nueva, y ojeó la revista de bodas más reciente. Era importante estar al tanto de las últimas tendencias, aunque después de diez años en esa actividad, las tendencias le parecían bastante predecibles. Por ejemplo, con tanta incertidumbre en el mundo, las bodas estaban siendo muy tradicionales. Cuando la economía estaba en alza y las guerras en otra parte, había más parejas que se casaban en la playa o gritaban «sí, quiero» desde parapentes. Estaba leyendo un artículo sobre ramos de flores hipoalérgicos cuando su ayudante la llamó por el interfono.

—La señorita Vanderhooven y su novio han llegado.

—Gracias. Ahora mismo salgo.

Una ojeada en el espejo que guardaba en el cajón superior le confirmó que no tenía migas de pastel de limón en los labios, que el pelo rojizo estaba perfectamente recogido con un moño y que tenía el maquillaje inmaculado. Se pintó levemente los labios y volvió a ponerse los zapatos con tanto tacón que la ayudaban a creerse cerca de la altura que le gustaría tener. Ensayó una sonrisa y salió a saludar a los clientes. Cuando llegó a la recepción, se quedó petrificada con la mano medio extendida y la boca abierta para hablar, pero no dijo nada.

Normalmente, se fijaba primero en la novia porque solía ser la verdadera clienta, mientras que el novio participaba de forma secundaria. Sin embargo, el hombre que se levantó del asiento de la sala de espera no podía pasar desapercibido.

Tenía una autoridad serena, era impresionante, pero despreocupado, como esos hombres tan acostumbrados a la atención femenina, que casi no se dan ni cuenta. Unos ojos grises e inteligentes la miraron con un brillo burlón en lo más profundo de ellos. Era moreno aunque unos pequeños mechones plateados le adornaban las sienes. Ninguno de los dos habló, hasta que una voz femenina rompió el hechizo.

—Hola —la saludó tomándole la mano con frialdad—. Me llamo Sophie Vanderhooven. Encantada de conocerla. Él es Dexter Crane.

Karen, automáticamente, movió la mano arriba y abajo e intentó poner un gesto lo más parecido posible al normal.

—Encantada de conocerla —miró hacia el hombre que seguía con los ojos clavados en ella—. Señor Crane… Mmm… ¿Les gustaría pasar a mi despacho?

Se dio la vuelta y empezó a andar. Notó sus ojos en su espalda y lamentó amargamente todas las calorías que había engullido neciamente durante esos cinco años desde que vio por última vez a Dexter Crane. Tenía su orgullo y lo que menos le apetecía del mundo era parecerle gorda a su exmarido aunque fuese a casarse próximamente. Sobre todo, desde detrás.

2

—¿Cuándo tienen pensado casarse el señor Crane y usted? —preguntó Karen en tono profesional.

Se había sentado detrás de la mesa y había invitado a la feliz pareja a que se sentara en dos preciosas butacas que tenía enfrente.

—No voy a casarme con Dexter —contestó ella entre unas risas muy educadas—. Es mi padrino, pero mi novio está en el extranjero y le he pedido a Dex que me acompañe para que no me deje llevar por el entusiasmo.

Ella levantó la mirada y se encontró con la de Dexter. Efectivamente, era una mirada burlona. Era un canalla y estaba disfrutando.

—Entiendo. Una escapada afortunada para usted —añadió Karen en voz baja.

—¿Cómo ha dicho?

—He dicho que ha sido afortunada al venir pronto. Hay muchas reservas. ¿Qué tiene pensado, señorita Vanderhooven?

Las ideas de la joven estaban todas sacadas de revistas de bodas.

—También he pensado que el ramo debería ser hipoalérgico por si alguien tiene alergia, pero estoy abierta a cualquier propuesta.

Se hizo una pausa y Karen la dedicó a tomar notas para poder pensar en las preguntas que la ayudarían a descubrir lo que la novia podía querer de verdad y que no cambiara de idea con cada revista nueva que viese en los quioscos.

—Yo no voy a casarme —intervino Dexter—, pero siempre he pensado que estaría bien algo menos envarado. Por ejemplo, una boda en el jardín.

A Karen se le resbaló la pluma y se dio cuenta de que tenía las manos sudorosas. Dex y ella se habían casado en un jardín con rosas y lirios, su flor favorita. Se sintió transportada a aquel día mágico en el que, necia de ella, había creído que empezaría su felicidad para toda la vida.

—Estoy segura de que la señorita Vanderhooven tiene grandes ideas para su propia boda.

—La verdad es que no —reconoció la novia—. Estoy abierta a todas las ideas y Andrew siempre hace caso a Dexter. Por eso hemos pensado que, si venía él, sería mejor.

—Dexter es un nombre poco frecuente —Karen frunció el ceño—. Me recuerda a un asesino en serie de televisión.

Dexter le dirigió una mirada ligeramente amenazante y explicó que Dexter era el apellido de soltera de su madre, como si ella no lo supiera perfectamente. Entonces, se levantó.

—Creo que prefiero estar de pie. Señorita Petersham, ¿le importa si la llamo Karen? Se llama Karen, ¿verdad? —él, naturalmente, no esperó a que contestara—. Verás, Karen, casi todo el mundo quiere sentir que el matrimonio es para toda la vida y por eso quiere algo que vaya a significar algo durante cincuenta años. Quiere una boda que puedas recordar con agrado.

Ella notó que se ponía roja al mirarlo a los ojos.

—¿De verdad?

Karen tuvo un dolor de cabeza espantoso durante el resto del día. Sabía que no era sólo por la tensión de haber vuelto a ver a Dexter, sino, también, por no haber comido. Naturalmente, sabía que privarse de unas calorías no iba a conseguir que de repente fuese delgada y tan alta que pudiese mirar a Sophie Vanderhooven directamente a los ojos… y escupir a los de Dexter. Aun así, no comió aunque sabía que eso le sentaba mal y que todos los libros de dietas lo desaconsejaban.

Como no tenía más citas, se puso a trabajar con las cuentas del mes, algo que no tenía mucho sentido porque no podía concentrarse. Sólo podía revivir el momento en el que Dexter había vuelto a entrar en su vida. Peor aún, estaba claro que él, Sophie y el novio ausente habían decidido nombrarlo novio suplente y ayudante de la organización de la boda, algo que hizo que sacara el frasco de analgésicos y se tomara dos con un sorbo del agua sin calorías que tenía en la mesa.

Dee asomó la cabeza por la puerta unos minutos antes de las cinco.

—¿Te importa si me marcho? —le preguntó con una sonrisa—. Tengo que pasar por casa y cambiarme para la cita de esta noche.

Claro, Dee era delgada, joven, guapa y tenía un acento británico que gustaba mucho, pero tenía más citas de las que le parecían justas.

—¿Dónde conoces a tantos hombres?

—En Internet —contestó la joven con un brillo de emoción en los ojos azules—. Es divertidísimo. Deberías intentarlo.

—¿Citas por Internet? Parece muy desesperado…

—No lo es. Lo hago a menudo. Nuestro problema es que trabajamos en una actividad que sólo atiende a mujeres y los hombres que vienen por aquí ya están pillados. Sinceramente, deberías intentarlo.

—No sé…

—Haremos una cosa. Mañana te prepararé un perfil y te enseñaré cómo se hace. Es muy fácil y te da la posibilidad de conocer cosas de alguien antes de perder el tiempo quedando con él.

—Supongo que no debería tener prejuicios…

Normalmente, se habría burlado, pero haber visto a Dexter había hecho que se sintiera más soltera de lo habitual y levemente desesperada.

—Te divertirás, te lo prometo.

Una mujer delgada con el pelo de muchos colores apareció por detrás de Dee, parpadeó y miró alrededor como si no supiera dónde estaba ni qué hacía allí.

—Hola, Laurel —le saludó Dee.

—Hola.

—¿Qué te parece Plenty of Phillys?

—¿La página de citas por Internet?

—Exactamente.

Laurel sacó un cuaderno de dibujo de un bolso con el símbolo de la paz.

—No me parece nada, ¿Por qué?

—Sinceramente, Laurel, ¿cómo puedes moverte por el mundo real? No te pregunto si ves la página como cuando meditas sobre la paz mundial con las piernas cruzadas, te pregunto qué te parece que Karen se cite con alguien por Internet.

—Ah… —la repostera desvió sus ojos enormes hacia Karen—. ¿Quieres conocer hombres por Internet?

—Claro que sí, está desesperada —aseguró Dee—. Además, tú también deberías intentarlo —Dee sonrió de oreja a oreja—. Bueno, hasta mañana.

—Que te diviertas esta noche.

Dee se marchó y Karen se dirigió a Laurel.

—No es que vaya a hacerlo, sólo estoy pensándolo.

—Creo que deberías hacer lo que te haga feliz.

Lo más asombroso de Laurel era que, cuando decía cosas tan disparatadas como ésa, las decía en serio. —Sé que lo crees. Bueno, ¿qué me has traído? Laurel tenía la costumbre de llevarle los bocetos de las tartas para que les diera el visto bueno. No hacía falta porque todo lo que había hecho era increíble, pero Karen sospechaba que agradecía tener la tranquilidad de su aceptación. Sin embargo, habría preferido que no le llevara los dibujos de esos manjares porque se le hacía la boca agua sólo de verlos en el cuaderno. Sobre todo, al final de una jornada que le había dejado con la fuerza de voluntad bajo mínimos.

Después de haber aprobado media docena de dibujos y de haber repasado la coordinación y el reparto de las tartas de ese fin de semana, Laurel se marchó y ella volvió a las cuentas.

Después de ceder al hambre y de haber devorado una comida preparada baja en calorías, siguió otro par de horas luchando con la contabilidad. Cuando oyó el timbre que anunciaba una visita de última hora, no se sorprendió. En cierto sentido, lo había esperado. ¿No hacía caso o abría la puerta? Suspiró, se subió a sus tacones de aguja y fue muy despacio hasta la puerta de la oficina.

En la penumbra, le pareció casi un desconocido. Era muy alto y elegante y, además, ya no era suyo, se recordó implacablemente.

—Tienes buen aspecto, Kiki.

Ella sonrió sin querer.

—Hacía años que nadie me llamaba así.

—Perfecto. ¿Puedo entrar?

Hacía frío y, entonces, ella se dio cuenta de que estaban en la puerta. Retrocedió para dejarle paso. —Claro. Él volvió a seguirla hasta el despacho y miró alrededor como si no hubiese estado allí.

—Está bien este sitio. Te ha ido bien por tu cuenta.

Nada comparado con él. Después de que se separaran, se había convertido en unos de los mejores arquitectos de Nueva York, el arquitecto al que acudir para devolver el esplendor desvaído a lo mortecino. Era un entusiasta de recuperar y modernizar el patrimonio histórico y de proyectar edificios nuevos o ampliaciones para adecuar zonas viejas. Le gustó que aprobara su forma de aprovechar ese edificio antiguo a la vez que había conseguido instalar aparatos ultramodernos.

—¿Eres la propietaria del edificio?

—No es de tu incumbencia, pero sí, lo soy.

—Una chica lista.

—Demasiado lista para que me cameles —Karen suspiró—. ¿Qué quieres, Dex?

—No lo sé —él se rascó la cabeza y ella clavó la mirada en ese pelo moreno y tupido que recordaba tan bien—. Evidentemente, sabía que ésta era tu oficina, pero me pareció que sería divertido darte una sorpresa.

—Efectivamente, me has dado una sorpresa. Aunque no le pareció tan divertido que casi le diera un infarto.

—No le has contado a Sophie nada de nuestro pasado —comentó él con sus perspicaces ojos grises mirándola fijamente.

—No me ha parecido conveniente para mis intereses sacar a colación mi divorcio cuando ella ha venido a organizar su boda. ¿Se lo has contado tú? —le preguntó ella con sarcasmo.

—No —contestó él, tomando la pluma Montblanc de oro que ella tenía en la mesa—. Decidí dejártelo a ti.

Él le regaló la pluma en los buenos tiempos y, en ese momento, se sintió molesta consigo misma por ser tan sentimental de usarla todos los días.

—Entonces, ¿no vamos a contarle a la feliz pareja que la organizadora de su boda y el padrino estuvieron casados?

—No, creo que no.

—¿Y por qué nos odiamos el uno al otro?

Él dejó la pluma y se puso muy recto.

—Nunca te he odiado. Ése es tu negociado.

Ella apretó los labios para no gritar que lo añoraba y consiguió hablar de otra cosa.

—¿Qué haces aquí, Dex? En esta ciudad, quiero decir. Trabajas en Nueva York…

—Sí, pero estoy preparando un proyecto aquí, en Filadelfia. Es un notable edificio antiguo que ha sido vivienda, almacén y casa de huéspedes entre otras cosas —sus ojos brillaron con entusiasmo—. Es como una señora mayor y cansada, pero con un esqueleto asombroso. Sus mejores rasgos arquitectónicos originales están intactos y el cliente quiere aprovecharlos además de actualizar el edificio. Va a ser un hotel exclusivo con tiendas.

—Suena muy bien y, además, es precisamente lo que te gusta hacer. —Sí, quiero que me lo den. Si lo consigo, vas a verme muy a menudo.

Ella arqueó una ceja.

—Ayudando a Sophie y Andrew a organizar la boda —aclaró él.

Le pareció tan sincero, tan bueno y sexy, que por un momento olvidó el motivo por el que se divorció de él. La rubia alta y escultural que encontró medio desnuda y enroscada a su marido. Lo más triste de aquel chasco fue que se dio cuenta de que Dexter y la exmodelo parecían hechos el uno para el otro; eran dos personas altas, glamurosas y extraordinarias.

—Se te da bien organizar bodas, aunque no tanto permanecer fiel —replicó ella con saña.

—Como he dicho, el odio siempre ha sido tu negociado.

—Bueno, ya lo he superado. He aceptado que nuestro matrimonio fue un error.

Gracias a muchas sesiones de llantos con amigas y a otras bastante más caras con un psicólogo.

—Tampoco luchaste mucho por él.

Esa ira tan conocida empezó a abrasarla por dentro, pero se mordió la lengua y contó hasta diez, hasta doce, y se tranquilizó.

—¿Por qué iba a luchar para conservar a un marido infiel?

—No sé por qué me molesto, pero te repito que nunca me acosté con esa mujer. Estaba borracha y fuera de sí.

—No me pareció que estuvieras haciendo gran cosa para quitártela de encima…

—Estaba intentándolo, te lo aseguro, y esa noche me habría venido muy bien tu ayuda si no te hubieses dado la vuelta para abandonarme.

Cuánto le gustaría poder creerlo, haberlo creído hacía seis años, cuando pasó, pero no lo creyó, y no pudo imaginarse viviendo con un hombre que tenía un concepto tan bajo de ella.

—Supongo que nos equivocamos el uno sobre el otro.

—Supongo.

Él se metió las manos en los bolsillos y se apoyó en la mesa. Parecía ridículamente masculino en contraste con las líneas femeninas del mueble, como si pudiese partirse bajo su peso. Sin embargo, el mueble, como ella, era más fuerte de lo que parecía.

—Sigues siendo la mujer más sexy que he conocido.

—Por favor… —replicó ella con un resoplido.

—Quizá fuese que nos compenetrábamos muy bien. Echo de menos muchas cosas de ti, pero, sobre todo, te echo de menos en mi cama.

Él la miró con tal intensidad, que la sangre empezó a bullirle. Claro que se acordaba. Cuando no maldecía a ese hombre por su infidelidad, lo maldecía por haberle un dado un placer sexual como no había conocido ni antes ni después. Era devastador; una veces tierno y otras obsceno, pero siempre muy íntimo. Le agradaba que él tampoco hubiera vuelto a encontrarlo… o, al menos, eso decía. ¿Cómo iba a saberlo? Hizo un esfuerzo para mirarlo a los ojos con frialdad. Tomó aliento y dijo la mayor mentira de su vida.

—Yo no te he echado de menos.

Debería haberse acordado de que no había nada que despertara tanto los instintos competitivos de Dexter como un desafío. Captó un destello en sus ojos, una mezcla de furia, lujuria y otras emociones que no supo distinguir.

Acto seguido, él se levantó, la estrechó contra sí y le devoró la boca tan deprisa, que ella no habría podido hacer nada aunque hubiese querido. Dejó escapar una queja sofocada, se revolvió y cuando la inevitable oleada ardiente se adueñó de ella, se encontró derritiéndose en ese abrazo que conocía tan bien. La virulencia inicial del beso fue suavizándose, y él empezó a manejarla, a despertar todas sus reacciones hasta que fue presa de un deseo tan intenso que no podía sofocarlo. Le flaqueaban tanto las rodillas que se aferró a él y le correspondió desenfrenadamente. Le ardía y palpitaba todo el cuerpo. Si la tumbaba sobre la mesa o en el suelo de madera restaurado, dejaría que la poseyera y los dos lo sabían.

Entonces, tan súbitamente como se había abalanzado, la soltó y retrocedió. Tenía la respiración entrecortada y los labios húmedos. Aun así, consiguió hablar con frialdad.

—No te creo —Dexter se dio la vuelta y fue hacia la puerta—. No trabajes hasta muy tarde.

3

—¿Qué te parece éste? —le preguntó Dee mientras ojeaban la página de citas con hombre solteros.

Estaban en su despacho y Dee acababa de crear su cuenta. Veinticuatro horas antes, a Karen no se le habría ocurrido poner su perfil en una página que se llamaba Plenty of Phillys, pero después del abrasador beso del día anterior, estaba decidida a acabar con aquello y a encontrar un hombre íntegro que no se acostara con cualquiera en cuanto ella se diese la vuelta ni que la derritiera con sus besos en cuanto volvía a aparecer en su vida.

Sin embargo, el hombre que la miraba desde la pantalla del ordenador no era ese hombre.

—Quiero corregir su ortografía —comentó Karen.

Dee suspiró y pasó al siguiente, que tenía una cresta, tatuajes y un collar con tachuelas.

—¡Aj! —exclamaron a la vez.

El tercero era completamente normal, con gafas, una buena mata de pelo y, lo más importante, un perfil escrito por alguien que había superado el instituto. —Es contable y nunca ha estado casado, pero busca pareja —Dee la miró—. Está bien, ¿no?

—Sí —Karen terminó de leer su perfil—. Me gusta que diga que quiere tomarse las cosas con calma. No puedo ir con prisas en este momento.

—Perfecto. Vamos a mandarle un guiño.

Dee pulsó unas teclas antes de que Karen pudiera evitarlo. —¿Qué has hecho? Dee se rió con la tranquilidad de una mujer que se citaba habitualmente y no le asustaba el amor… todavía.

—Tienes que comunicarles que estás interesada. Has mandado un guiño. —No estoy preparada para esto. —Sí lo estás —su ayudante salió del despacho—. Llámame si me necesitas.

Dee no había llegado a la puerta cuando un ruido muy raro salió de su portátil y Karen dio un grito. —Te necesito. Dee miró por encima de su hombro. —Vaya, también te ha guiñado. —¿Eso está bien? —Perfecto. Significa que ha leído tu perfil y está interesado. Está conectado y podéis chatear. Mira, te ha mandado un mensaje. Pulsa aquí.

Hola, Karen, ¿eres virgen?

—¿Virgen? ¿Es un pervertido? —preguntó Karen sin dar crédito.

—Tranquila —le aconsejó su orientadora de veintitrés años—. Sigue leyendo. Pregunta si eres nueva en esta página.

—Ah… Dice que me manda algo más sobre él. Mmm… Creo que ha añadido su currículum. —Dale una oportunidad y recuerda que hay muchos hombres por ahí, no temas seguir buscando.

—De acuerdo. Gracias.

Karen siguió leyendo y acabó preguntándose hasta qué punto le vendría bien a su empresa tener un contable honrado, pero entonces se acordó de que estaba buscando un idilio, no un contable.

Se llamaba Ron y parecía agradable. No tenía nada llamativo, algo positivo, y, por ejemplo, estaba casi segura de que no arrinconaría a una mujer contra la mesa de su despacho y la besaría hasta dejarla sin sentido. Al menos, sin haberle pedido permiso antes. También estaba completamente segura de que no se iría tan contento del despacho habiendo dejado claro que todavía le atraía desmesuradamente a ella y dejándola en ebullición por la frustración sexual y la rabia por ser tan necia. Algo que hacía que Ron estuviera más cerca de la perfección que cierto hombre que conocía.

Contestó a Ron y le contó algo sobre sí misma. Entonces, desconectó y siguió trabajando.

Cuando volvió a comprobar el correo electrónico al final de la jornada, tenía algunos guiños aleatorios y Ron había contestado. Tuvo que reconocer que le gustaba mantener una conversación para conocer a un hombre aunque fuese lo más parecido a un anónimo. Terminaba invitándola a tomar café.

Siempre tomo café en la primera cita. Sin compromiso. Sólo será una hora de nuestro tiempo y, si no queremos seguir, no pasa nada. ¿Qué te parece?

¿Qué le parecía? No tenía ni idea y decidió contárselo todo a Chelsea.

—¿Una cita por Internet? —preguntó su amiga cuando le pidió consejo—. Vaya, nunca lo he intentado, pero algunas amigas mías han encontrado novios y maridos así —Chelsea se encogió de hombros—. Algunas también buscan… relaciones esporádicas.

—¿Relaciones esporádicas? ¿De verdad?

—Sí, variación…

Karen mordió una barrita de limón.

—Sinceramente, ni siquiera sé lo que estoy haciendo. Creo que estoy asustada.

—Cariño, contratas acróbatas para bodas, arrastras a los novios a las bodas para que sean puntuales y solucionas conflictos familiares. Una vez te vi subida a un árbol para arreglar un farolillo… y con tacones de diez centímetros. Creo que puedes sobrellevar el tomar café con un contable.

—Creo que tienes razón —concedió Karen con el corazón latiéndole a toda velocidad.

Chelsea la miró con un gesto de preocupación.

—Pareces más alterada de lo normal por tomar café con alguien. ¿Qué te pasa?

—Chelsea, todo es un embrollo —contestó Karen antes de comerse la última barrita de limón.

Entonces, le contó todo a su amiga; desde que conoció a Dexter en una fiesta, pasando por la boda, el matrimonio, la infidelidad y su reaparición. Terminó con el beso.

—¡Malnacido! ¿Ahora se cree que puede entrar en tu despacho e intentar acostarse contigo? Ni hablar.

—Claro, lo sé.
—Salir y conocer hombres nuevos es una idea fan
tástica. De verdad. Quítate de la cabeza a tu ex. —Creo que tienes razón. —Tengo razón. Además, ¿sabes qué más necesitas? Karen se acordó de algunos consejos bienintencionados que le había dado Dee. —Por favor, no me digas que juguetes eróticos. —Doy por supuesto que tendrás una buena colección, como debería tener cualquier mujer —contestó ella con una sonrisa—, pero no, me refería a salir una noche con chicas.

—Me encantaría. Sería maravilloso salir una noche con algunas amigas para olvidarse de las preocupaciones.

—De acuerdo. Además, doña Organizadora Perfecta, la organizaré yo. Tú saldrás a divertirte y nada más, ¿entendido?

Karen la abrazó llevada por un impulso.
—Entendido. Gracias.

—Somos caballitos de mar —le informó la voz por el teléfono. Karen pensó que debería cobrar más por su trabajo. —¿Caballitos de mar? A lo mejor necesita un acuario, no una organizadora de bodas —replicó ella con toda la delicadeza que pudo. La risa de la joven le resonó en el oído. —No, me refiero a que Steve, mi novio, y yo pertenecemos al club de buceo que se llama Caballitos de Mar. —Ah… Entiendo.

—Ha debido de pensar que estaba loca —dijo la mujer entre carcajadas.

Karen también se rió sin reconocer que había dado por supuesto que estaba para encerrarla ni que no era la primera persona que creía que Si Puedes Soñarlo era una empresa pensada para convertir en realidad cualquier alucinación.

—Antes de que las dos perdamos el tiempo en una reunión, quiero preguntarle si puede organizar una boda submarina.

—¿Una boda submarina como La sirenita?

—Sí, más o menos. Verá, buceamos por la costa de Jersey y hemos pensado que sería fantástico casarse en el fondo del mar.

—Claro —Karen se frotó una sien por el repentino dolor de cabeza—. Aunque será un poco difícil cortar la tarta.

Volvió a oír risas al otro lado del teléfono.

—Veo que vamos a llevarnos bien. No, lo que había pensando es alquilar un barco con el suelo de cristal para los invitados y así, Steve y yo podremos casarnos debajo del agua. No se nos habría ocurrido si no hubiésemos conocido a un juez de paz que también bucea. Puede celebrar la ceremonia desde el barco y nos oiremos mediante un cable. En vez de decir «sí, quiero», levantaremos los pulgares. Es fantástico, ¿verdad?

—Fantástico.

—Queremos casarnos el agosto que viene. Queremos algunas ideas para que nuestra boda sea distinta. ¿Lo hará?

—¿Organizar una boda en un barco con el suelo de cristal para que dos buceadores puedan levantar los pulgares? Claro, ¿por qué no?

—Perfecto. ¿Cuándo podemos ir a verla?

Dio una cita a los buceadores enamorados y casi se echó a llorar de alegría cuando la cita siguiente le comunicó que quería una boda tradicional con iglesia, flores, vestido blanco... Estaba preparándola cuando Sophie Vanderhooven llamó muy emocionada.

—Me han contado que Melissa Stanhope tiene una tarta de boda increíble para el sábado. —Sí, es preciosa. Laurel, nuestra repostera, tiene verdadero talento. —Pero… ¿la carroza de Cenicienta? Es una idea increíble. Karen se acordó de que Stanhope fue quien recomendó sus servicios a Vanderhooven.

—Mejor aún, la tarta es de calabaza.

—¡Lo sé! Ella me lo contó. ¿Podría hacer algo así para mi boda?

—Naturalmente. No la misma tarta, claro, porque Laurel hace tartas exclusivas para cada boda, pero puede darle algunas indicaciones.

—Mi madre quiere una tarta tradicional con el novio y la novia en lo alto, pero yo quiero algo más romántico, más en mi estilo.

—Estoy segura de que podremos encontrar algo que les satisfaga a su madre y a usted.

—Eso espero. En cualquier caso, nos veremos el sábado.

—¿El sábado?

—En la boda de Melissa.

—Ah, claro. Aunque no estoy invitada. Si hago bien mi trabajo, debería pasar desapercibida.

Sophie se rió con elegancia.

—Eso es imposible.

La mujer se despidió antes de que pudiera preguntarle, diplomáticamente, qué había querido decir. Se levantó, perpleja, y fue a la recepción.

—Dee…

Su ayudante levantó la mirada de lo que estaba haciendo. —¿Mmm..? —¿Destaco en una multitud? Dee parpadeó. —Tienes la cara y el pelo de Amy Adams, el cuerpo de Marilyn Monroe y… una actitud autoritaria. Por eso eres una gran organizadora de bodas. Todo el mundo se pone en marcha cuando se lo dices. Sí, claro que destacas.

—Vaya, creía que era muy discreta… —replicó Karen volviendo hacia su despacho. —Por cierto, hablando de discretos. ¿Cuándo vas a verte con el contable?

—Vamos a tomar café el sábado por la tarde.

—Estupendo. Ya estoy deseando que me lo cuentes el lunes. —¿Cuál es la previsión del tiempo para mañana? —Alrededor de quince grados y no se espera lluvia. —Un día perfecto para una boda de finales de otoño. Al día siguiente, cuando se levantó, pudo comprobarlo. El sol brillaba y no había nieve en el suelo. Se duchó, se recogió el pelo con un moño, se puso una falda azul marino muy ceñida y una blusa blanca y se montó en sus zapatos de tacón azules marino. Creía que una organizadora de bodas tenía que parecer discreta y profesional. Amy Adams… Dee tenía que estar pensando en una subida de sueldo.

4

—No podemos encontrar al padrino —susurró el señor Stanhope al oído de Karen. Hasta entonces, la boda había ido como la seda. Ése era el primer contratiempo.

—¿Ha contestado al móvil?

—Creo que no.

—Me ocuparé. Entretanto, señor Stanhope, recuerde que me ha contratado para solventar los problemas. Demoraré la llegada de la novia y sus acompañantes.

Su aire sereno y su sonrisa tuvieron el efecto deseado. El padre de la novia recuperó el color y asintió con la cabeza mientras se erguía en su esmoquin.

—Me alegro de que esté aquí.

—Es posible que tengamos que buscar un suplente, pero le prometo que tendrá un padrino para la boda de su hija.

Sin cansancio aparente, salió de la iglesia y fue al aparcamiento. Los invitados estaban llegando todavía, pero estaba previsto que la novia llegara al cabo de quince minutos.

Se montó en su coche y sacó el cuaderno de los Stanhope. Allí tenía toda la información, entre otra, los números de teléfono del hombre desaparecido. Llamó a su casa y al móvil y las dos veces saltó el contestador automático. Entonces, llamó al conductor de la limusina que tenía que llevar a la novia y sus acompañantes a la iglesia y le pidió que diera un rodeo.

—Necesito quince minutos más.

—No hay ningún problema.

Una vez demorada la novia, se bajó del coche y entró en la iglesia por una puerta lateral. Conocía los vericuetos de casi todas las iglesias y sinagogas de la ciudad. Llegó a la antesala donde deberían estar esperando el novio y sus acompañantes. El novio estaba un poco pálido, pero tranquilo.

—Voy a matar a Brian. Prometió estar aquí.

—¿Es impuntual?

—Normalmente, no.

Llamaron al móvil de Karen. Tenía que ser el padrino. —Se me ha pinchado una rueda. Fui a cambiarla, pero era la de repuesto.

—¿Dónde está?

Él dijo un sitio que estaba a unos cinco minutos de allí.

—¿Está vestido para la boda?

—Sí.

—De acuerdo, iré a buscarlo —Karen se volvió hacia el novio—. Nombre un suplente por si acaso.

—¿Y el anillo?

Ella se sacó un anillo de oro de la mano derecha.

—Siempre llevo uno de repuesto —se lo entregó con una sonrisa—. Buena suerte.

—Gracias.

Karen fue corriendo hasta su coche y salió del aparcamiento. Aunque tuvo tiempo de ver a Sophie Vanderhooven que se bajaba de un Lincoln con Dexter detrás. Debería haberse imaginado que Sophie llevaría a alguien que sustituyera a su prometido, que seguía trabajando en Italia. Como le pareció que sería una grosería pasar de largo junto a una clienta, se paró y bajó la ventanilla.

—Estás muy guapa, Sophie.

Llevaba un vestido azul elegante y clásico a la vez, como la propia Sophie. —Gracias. Estoy deseando ver a Melissa casarse. —¿Siempre te marchas antes de las ceremonias?

—le preguntó Dex.

Se había dirigido directamente a ella y tuvo que mirarlo. No pudo evitar el rubor cuando el breve encuentro físico en su despacho le retumbó en la cabeza.

—Claro que no —contestó ella con una sonrisa—. Tengo que ocuparme de un pequeño asunto de la boda. Os veré luego.

Se despidió con la mano y siguió su camino.

Dexter la observó alejarse con los ojos entrecerrados. Había conseguido que se ruborizara. Era un primer paso.

—¿Qué está pasando, Dex?

—¿Qué quieres decir? —preguntó él, volviéndose hacia Sophie.

—No estoy segura, pero mirabas a Karen como… como Andrew me mira a mí.

—Es una mujer muy atractiva.

—Y se ha sonrojado —ella lo agarró de la mano y se dirigieron hacia la iglesia—. Además, se crea una especie de campo de energía cuando estáis juntos. Me di cuenta cuando la conocimos. No nací ayer, Dex. Hay algo entre vosotros. ¿Qué es, Dex?

La mano de su amiga era fina pero firme y sospechó que no se conformaría con nada que no fuese la verdad.

—Eres muy lista para ser una joven de la alta sociedad. —Lo sé. Además, huelo los secretos más sabrosos. Suéltalo. No se lo contaré a nadie. —No he conocido a ninguna mujer que no incumpla esa promesa. —¿Puedo contárselo a Andrew si es bueno? —preguntó ella con la nariz arrugada.

Andrew pertenecía a una familia de famosos vinateros italianos. Él había contratado al estudio de Dexter para que reformara el piso familiar de la Quinta Avenida y se habían hecho amigos. Jugaban al squash, se movían en círculos sociales parecidos y, en vez de dejar de verlo cuando se prometió con Sophie, la pareja había intentado emparejarlo con algunas mujeres. Sabían que había estado casado, pero él nunca les había dado muchos detalles. Le había parecido que no importaba. En ese momento, supo que su pasado sí importaba. El pasado lo había alcanzado.

—La verdad es que Karen y yo estuvimos casados.

Sophie abrió tanto la boca que él pudo ver el minucioso y carísimo arreglo que le habían hecho en los dientes. Nunca había visto una boca con unos molares tan derechos.

—Pero… no lo entiendo —balbució ella cuando consiguió cerrar la boca—. ¿Por qué? ¿Qué piensas hacer? —le preguntó con un suspiro.

Los tacones de Sophie sonaban sobre el pavimento como un reloj que marcaba los segundos. —No lo sé. Sinceramente, no había pensado nada. Creí que estaría bien sorprenderla, pero… —El campo de fuerza te atrapó —ella sacudió la cabeza—. Hay una sintonía muy fuerte entre vosotros dos.

Tenía razón. En cuanto la vio salir de su despacho, supo que lo que había habido entre ellos no había acabado. Al menos, para él.

—Sí.

—Entonces, ¿qué pasó entre vosotros?

—Deberíamos entrar.

—Ahí está al padre de Melissa y parece muy nervioso. Eso quiere decir que la novia no ha llegado. Tenemos algo de tiempo —Sophie se lo llevó a un costado de la iglesia—. Desembucha.

La historia era tan absurda, que se sentía como un tonto sólo por contarla.

—Una mujer borracha se abalanzó sobre mí en una fiesta y Karen se puso como loca. Se le metió en la cabeza que estaba engañándola.

—¿Estabas engañándola? —le preguntó ella con unos ojos azules y gélidos clavados en él.

—No. Nunca le habría hecho algo así a Karen. Amaba a mi mujer.

—Entonces, ¿por qué lo creyó?

Él apoyó la espalda en la pared de ladrillo. Parecía sólida, como debería ser un matrimonio.

—He pasado mucho tiempo preguntándome lo mismo.

—¿Era grave la forma de abalanzarse de esa mujer borracha?

—Sí. Estaba desvistiéndose e intentaba desvestirme a mí. Cuando entró Karen, estaba enroscada a mí y yo intentaba evitar que me bajara la cremallera. A Karen debió de parecerle que teníamos mucha prisa y que los dos queríamos bajarme la cremallera.

Él nunca lo había visto desde el punto de vista de ella. Había estado demasiado indignado porque no lo creyera.

—Vaya. Eso fastidia. —Lo sé. Inició los trámites del divorcio en cuanto me echó de casa. —¿Por qué acabaría con un matrimonio sin siquiera luchar por él?

Dexter, apoyado en la pared de ladrillo de la vieja iglesia, notó como si la sabiduría del viejo edificio calara en él.