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Primera edición digital: febrero 2017
Imagen de la cubierta: Herederos de Joaquín Madolell Estévez (archivo familiar)
Diseño de la colección: Jorge Chamorro
Corrección: José Cabrera
Revisión: Sandra Soriano

Versión digital realizada por Libros.com

© 2017 Claudio Reig
© 2017 Libros.com

editorial@libros.com

ISBN digital: 978-84-17023-17-1

Claudio Reig

El espía que burló a Moscú

A mis padres, siempre, por todo.

«No existe un terror tan constante, tan esquivo a la hora de describirlo, como el que acosa a un espía que se encuentra en un país desconocido».

John le Carré

Índice

 

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título y autor
  4. Dedicatoria
  5. Prólogo
  6. 1. Un superviviente
  7. 2. «No sé si arrestarte o meterte una hostia en el pecho»
  8. 3. Giorgio Rinaldi, un as del paracaidismo en España
  9. 4. España, objetivo de la CIA y la KGB
  10. 5. El contraespionaje en España
  11. 6. Squadrone da bombardamento pesante
  12. 7. Cuatro Vientos
  13. 8. Descubriendo a M
  14. 9. Los oficiales del GRU
  15. 10. Cómo captar a un agente
  16. 11. La ética de los espías que no eran espías
  17. 12. Comienzo de partida
  18. 13. Tainik
  19. 14. Siete renglones
  20. 15. Avenida de Pekín
  21. 16. El Festival de Montreux
  22. 17. Un viaje al sur
  23. 18. Ex notitia victoria
  24. 19. La trampa
  25. 20. Las ramificaciones de la red
  26. 21. El proceso
  27. 22. El héroe que nunca existió
  28. 23. Relevo en la cúpula de la KGB
  29. 24. Asti
  30. 25. La conquista del conocimiento
  31. 26. Mediodía en el Retiro
  32. 27. Contrainteligencia, la batalla íntima
  33. 28. Epílogo de un noble hombre
  34. Bibliografía
  35. Documentación y material gráfico
  36. Mecenas
  37. Contraportada

Prólogo

 

El 19 de mayo de 1967 la agencia estatal de noticias TASS comunicó el relevo de Vladimir Semichastny por Yuri Andropov al frente de los servicios secretos de la Unión Soviética, la temida KGB. Los analistas de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos apuntaron a «la reciente exposición del espionaje soviético» como la causa más probable del reemplazo. Con la utilización del término «exposición», la CIA hacía referencia, entre otras operaciones, a la identificación y caída de la mayor red del espionaje militar ruso en la Europa mediterránea desde el inicio de la Guerra Fría.

Tan sólo dos meses antes del relevo en la jefatura de la KGB, concretamente el 22 de marzo de 1967, los principales diarios europeos y norteamericanos recogían en páginas destacadas la detención en Turín del matrimonio italiano formado por el as del paracaidismo Giorgio Rinaldi y Angela Maria Antoniola, y de su chófer, Armand Girard. Los tres fueron acusados de traición a la patria al trabajar en labores de información para la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Con el paso de los días, la lista de diplomáticos, agregados y representantes de compañías soviéticas expulsados de países europeos no paró de crecer. El golpe dado desbarató la vasta red creada por el GRU (Servicio de Inteligencia Militar Soviético), cuyo fin principal era la obtención de información sensible de la OTAN, así como de las bases militares norteamericanas de utilización conjunta en suelo europeo.

La bruma que envolvió el caso disparó las especulaciones sobre cómo había sido descubierta la red o por qué no se les detuvo antes. Mientras los parabienes de la operación recayeron en los servicios de inteligencia italianos, Joaquín Jesús Madolell Estévez, militar español perteneciente al Ejército del Aire y actor clave de la operación, regresaba a sus quehaceres habituales tras pasar tres años embarcado en una peligrosa operación de contraespionaje que permitió desarticular la red de infiltrados del GRU.

Reclutado por el agente comunista italiano Giorgio Rinaldi gracias a la amistad que mantenían ambos al practicar paracaidismo, Joaquín Madolell ejerció de agente doble suministrando información no sensible o directamente falsa a Moscú, mientras la sección de información del Alto Estado Mayor y la CIA dirigían sus acciones. Las peripecias que vivió este pionero del paracaidismo en España en el transcurso de la operación Mari (Madolell-Rinaldi), lo condujeron hacia la heroicidad al poner en serio peligro su vida tras aceptar viajar a Moscú, pese a las reticencias de sus mandos. En la capital soviética agentes rusos de inteligencia se encargaron de formarle en técnicas avanzadas de microfilmación, transmisión y recepción de mensajes cifrados, iniciación a la técnica del micropunto, escritura invisible…

La reconstrucción de la operación Mari cuenta con la imposibilidad de acceso al expediente del caso, pues el Estado español carece todavía a día de hoy de una ley de desclasificación de secretos oficiales, hecho cada vez más habitual en la mayoría de democracias occidentales. Sin embargo, el propio Centro Nacional de Inteligencia (CNI), bajo el mandato de Javier Calderón, desveló en el año 2000 parte del expediente en el libro Servicios secretos, de Plaza & Janés. Los datos aquí expuestos amplían y, en algunos aspectos, matizan la verdad ofrecida.

La obra bebe de fuentes de acceso público y privado de archivos militares, judiciales y agencias de inteligencia extranjeras. Para la obtención del expediente militar y hoja de servicios de Joaquín Madolell conté con la autorización expresa de su viuda, Dolores Heredia, y la inestimable complicidad de su hijo Alberto. A ambos debo un agradecimiento público, pues me permitieron bucear en una documentación que por ley está reservada a los familiares. Otra vía de investigación utilizada recaba el testimonio directo de militares que trabajaron con Joaquín Madolell, así como de agentes de los servicios secretos españoles conocedores de la operación Mari. La reserva, en estos casos, implica que no todas las fuentes puedan ser citadas.

1. Un superviviente

 

Cuando en la década de 1980 el veterano comandante Madolell caminaba por alguno de los corredores del Cuartel General del Ejército del Aire de Moncloa y se cruzaba con algún compañero que se interesaba por su estado, este solía contestar: «Ya ves, soy un superviviente». Con esta lacónica y críptica respuesta Joaquín Jesús Madolell Estévez, natural de Melilla, resumía una vida plagada de vicisitudes, de una valentía rayana en lo temerario, que le llevó a ser divisionario en la II Guerra Mundial, pionero del paracaidismo y el espía doble que consiguió desarticular la mayor red del espionaje militar soviético en el sur de Europa en la década de 1960.

Según recoge el folio 384, del libro 76, de la sección de nacimientos del Registro Civil de Melilla, Joaquín Jesús Madolell Estévez vino al mundo a las once de la mañana de un 21 de abril de 1923, en la calle de Toledo, número 23. Hijo del jornalero ferroviario Juan Madolell Martín, de 42 años y natural de Tabernas (Almería), y de Eloísa Estévez Hernández, de 36 y natural de Fermoselle (Zamora), la desgracia acecharía a Joaquín desde su nacimiento, habida cuenta de que su madre falleció a consecuencia de las secuelas del parto. Ante la imposibilidad de mantenerlo, su progenitor lo entregó a la Asociación General de Caridad, popularmente conocida en Melilla como la Gota de Leche. Esta institución, regentada por monjas de la orden de las Hijas de la Caridad, hacía las veces de escuela y comedor popular, así como de asilo de niños y ancianos. La llegada de Joaquín Madolell a la Gota de Leche coincidió con las postrimerías de la Guerra de África, época plagada de serios reveses para las huestes hispanas, con episodios tan nefastos como el acaecido en julio de 1921 en Annual. De hecho, la crisis política que derivó de tal derrota provocó el alzamiento del general Miguel Primo de Rivera, quien, tras el éxito del mismo, detentó el poder en España de 1923 a 1930.

La estancia de Madolell en el orfanato de las Hijas de la Caridad de Melilla se prolonga hasta los 18 años, edad en la que solicita el ingreso en el Ejército del Aire como soldado voluntario. Pese a que el joven melillense había pasado toda su infancia y adolescencia en la Gota de Leche, existe una autorización fechada en Villa Sanjurjo —hoy día ciudad de Alhucemas— que certifica que el padre de Joaquín Madolell vivía en esta población costera próxima a Melilla y perteneciente al protectorado español de Marruecos hasta 1956. El documento, rubricado por el secretario del Juzgado de Paz de Villa Sanjurjo, dice:

Ante Don Vicente Díaz Arróniz, juez de paz de Villa Sanjurjo, compareció el 24 de mayo de 1941 Don Juan Madolell Martínez, de sesenta años de edad, de estado viudo, de profesión jornalero, natural de Tabernas, Almería, vecino de esta villa, y manifiesta. Que su hijo, Joaquín Jesús Madolell Estévez, desea ingresar como voluntario en el Ejército Español y Cuerpo de Aviación y necesitando para ello el consentimiento del compareciente, dice. Que concede a su referido hijo la correspondiente autorización para que éste pueda ingresar en el cuerpo mencionado.

Una vez obtenida la autorización paterna, el joven Joaquín firma su compromiso voluntario de enganche por dos años el 16 de junio de 1941. El propio documento de filiación, conservado en el Archivo Histórico del Ejército del Aire de Villaviciosa de Odón, muestra las características físicas del soldado Joaquín Jesús Madolell Estévez: 167 cm de altura, pelo rubio, cejas al pelo, ojos azules, nariz, barba y boca regular; color sano, frente amplia y aire marcial. Como hecho curioso, cabe señalar que el documento de compromiso de enganche y filiación del joven aspirante a soldado refleja un no ante la pregunta de si desea ser paracaidista, cuando una década después se convertiría en uno de los más avezados pioneros del paracaidismo en España. Ya incorporado al Ejército del Aire como soldado de Aviación perteneciente a la Plana Mayor del Regimiento Mixto nº 2 de Tetuán, Madolell solicitó a los pocos meses tomar parte en el concurso oposición para la formación de la escala inicial de Especialistas Escribientes (administrativos) del Ejército del Aire.

De la etapa de estudiante de Joaquín Madolell en Melilla no queda constancia documental. Si bien toda su instrucción tuvo lugar en la escuela del orfanato que lo acogía, las calificaciones y demás documentos concernientes a su etapa en la Asociación General de Caridad de la Gota de Leche no figuran entre los archivos conservados en el hoy día denominado Centro Asistencial de Melilla. La confirmación de esta circunstancia se la debo a Pedro José Oliva Jiménez, inspector del Ministerio de Educación en Melilla, que ante mi sugerencia no dudó en aprestarse a investigar. Con posterioridad a estas pesquisas, la pérdida de los archivos de la institución relativos a Joaquín Madolell Estévez me fue ratificada por Alberto Madolell Heredia, hijo menor de Joaquín. A pesar de ello, las pruebas del concurso de acceso a la escala inicial de Especialistas Escribientes, realizadas por el joven soldado a primeros de noviembre de 1941, denotan un alto grado de madurez para contar con tan sólo 18 años. Con caligrafía cuidada y correcto estilo, en el Archivo Histórico del Ejército del Aire resulta posible encontrar la redacción, que versaba sobre Guzmán el Bueno, de la prueba de acceso al cuerpo de Escribientes de Joaquín Madolell. La redacción cuenta con párrafos como el que sigue: «No sucumbió la varonil entereza de Guzmán ante los ayes del enteco mancebo y lívidas las mejillas por el dolor, erguido y altivo el espíritu…». Aunque el conjunto de la prueba es clara muestra del género épico y engarza con la ligazón propagandística exigida por el régimen de Franco, tanto la corrección gramatical como la variedad léxica del texto confirman su manejo del lenguaje. Además, el cotejo del resto de pruebas corrobora la facilidad con que superó la oposición. Entre ellas, destaca la nota en aritmética: un 10.

Ya con el ascenso a cabo 2º en el bolsillo, hecho que se produjo el 18 de diciembre de 1941, las andanzas de Madolell prosiguen por las estepas rusas. El Palacio de Polentinos de Ávila —antigua sede de la Academia de Intendencia y emplazamiento actual del Archivo General Militar— contiene una parte del archivo histórico del Ministerio de Defensa; concretamente, la constituida por los documentos de la Guerra Civil española, la División Azul y las Milicias Nacionales. Del expediente personal del voluntario divisionario Joaquín Jesús Madolell Estévez poco se puede colegir, a tenor de las escasas tres hojas de que consta el legajo. Más allá de figurar erróneamente su segundo nombre y aparecer como Joaquín Alonso, el expediente certifica que el cabo, destinado en esos momentos en la Dirección General de Personal, quedó autorizado para alistarse en la División Española de Voluntarios el 28 de mayo de 1942. Otro dato reflejado en el expediente de la Jefatura de la Milicia Nacional de Madrid y su provincia constata la residencia del cabo Madolell en Madrid por aquellas fechas: calle de la Puebla. Según se desprende de los datos militares contenidos en la ficha, en la vivienda de la calle de la Puebla debía convivir con algún familiar, pues el expediente recoge «nombre y señas del pariente a quien desea se le comuniquen sus noticias», y apunta el nombre de Guillermo Madolell, residente igualmente en la calle de la Puebla, vía del barrio de Malasaña donde también moró el ilustre literato Ramón Gómez de la Serna. De hecho, don Ramón dejó constancia escrita de que el origen de su creación más original, la greguería, tuvo lugar una mañana de estío en su hogar del piso primero derecha de la casa número 11 de la calle de la Puebla, en la villa y corte de Madrid. Quizá, al presentarse como voluntario en Madrid tuvo que señalar obligatoriamente el nombre de su pariente, pues a la hora de nombrar a un «familiar autorizado a cobrar sus haberes» el cabo 2º Madolell señala a Sor María Josefa Mauricio, residente en la Asociación General de Caridad de Melilla, de la calle del músico Granados.

Como militar de Aviación, Joaquín Madolell fue encuadrado en las denominadas Escuadrillas Azules, compuestas por pilotos y personal auxiliar técnico del Ejército del Aire destacados en el frente ruso. Con relevos semestrales, hasta un total de cinco escuadrillas de aviadores del ejército franquista actuaron en la conflagración entre nazis y Ejército Rojo. Cuando Joaquín Madolell parte hacia Rusia cuenta con 19 años. Corría el 1 de septiembre de 1942 cuando se presenta en la Escuela de Morón de la Frontera y queda a disposición de la 3ª Escuadrilla Expedicionaria. Esta nueva leva de divisionarios entró en combate en Rusia el 30 de noviembre de 1942 y permaneció en la campaña bélica hasta mediados de junio de 1943 (existe constancia documental que certifica el regreso a España de Madolell por la frontera de Irún el 11 de julio de 1943).

En el ánimo de muchos de los jóvenes voluntarios divisionarios existía el deseo de seguir combatiendo al comunismo, ideología que la dictadura de Franco entendía como el verdadero enemigo de Europa y culpable de la contienda civil patria. Tras desencadenarse la operación Barbarroja —invasión de Rusia por parte de la Wehrmacht alemana— el 22 de junio de 1941, la propaganda fascista de Franco califica la lucha contra los comunistas de nueva cruzada. Poco después comienza la recluta de voluntarios españoles entre miembros del ejército y falangistas. Al frente del destacamento militar se situará Agustín Muñoz Grandes, joven general de 45 años, pero de larga trayectoria guerrera pues comandó un cuerpo del Ejército Nacional en la Guerra Civil. El joven Madolell, como soldado de Aviación, fue destinado a un aeródromo de la Luftwaffe —Fuerza Aérea alemana—, ubicado en las cercanías de Oriol, población a unos 360 kilómetros al sudoeste de Moscú. A mediados de marzo de 1943, la 3ª Escuadrilla fue masacrada por la aviación soviética en Oriol. Casi sin aeronaves útiles para el vuelo, los militares españoles recularon hasta un aeródromo situado al sur de Smolensko, ciudad a orillas del río Dniéper. En el medio año que permaneció la 3º Escuadrilla Expedicionaria del Ejército del Aire de voluntarios divisionarios en tierras rusas, los diecinueve aviadores que la componían sumaron un total de sesenta y dos aviones enemigos derribados, en ciento doce combates aéreos.

Al margen de concedérsele un par de medallas: la Cruz Roja del Mérito Militar con pasador Rusia y otra conmemorativa de la campaña de Rusia, de su paso por la II Guerra Mundial, al igual que de su infancia, Madolell no solía soltar palabra. Entre los hechos que avalan la reserva con la que se conducía sobre ciertos aspectos de su vida pasada, cabe reseñar que, pese a haber participado como voluntario en la División Azul, los militares consultados en esta investigación, que compartieron años de despacho con él, desconocían este dato de su biografía.

2. «No sé si arrestarte o meterte una hostia en el pecho»

 

A su vuelta de la contienda mundial, con galones de cabo 1º, Joaquín Jesús Madolell Estévez regresa a su destino en la Plana Mayor del Regimiento nº 2 de Marruecos, donde ocupa un puesto de administrativo. Dos años después, en 1945, se le concede el empleo de sargento y recala en la Mayoría Regional de Tropas y Servicios de la Región Aérea del Estrecho, antes de ocupar plaza en el Instituto de Medicina Aeronáutica de Madrid.

Por Orden del Estado Mayor del Aire, de fecha 13 de octubre de 1947, marcha a Alcantarilla (Murcia) para incorporarse como alumno a la Escuela Militar de Paracaidistas. Una vez obtenido el título de Cazador Paracaidista en abril de 1948, el sargento Madolell pasa a engrosar las filas de la Primera Bandera de Paracaidistas de Aviación de la plaza de Alcantarilla, con empleo de instructor paracaidista. En el otoño de ese mismo año, abandona momentáneamente el aeródromo murciano para asistir en Toledo al Curso de Instructores de Educación Física, que completó satisfactoriamente a finales de junio de 1949. Con los títulos de instructor de Educación Física y de Paracaidismo en su haber, de los inicios de la carrera militar de Joaquín Madolell como mero oficinista no quedaba nada. Tras vivir en primera persona las penurias del invierno ruso y convertirse en paracaidista, el perfil del sargento Madolell había virado a guerrillero. Lejos quedaba aquella primera instancia de solicitud de compromiso de enganche voluntario al Ejército del Aire donde rehusó ocupar plaza de paracaidista.

A pesar de que las fuerzas aerotransportadas tuvieron su bautismo de sangre al inicio de la II Guerra Mundial durante la invasión de Noruega y Dinamarca de la mano de Kurt Student, general de la Luftwaffe alemana, los cielos de España no contemplaron ningún salto militar oficial hasta el 23 de enero de 1948, tras la creación de la Escuela Militar de Paracaidismo en el aeródromo de Alcantarilla medio año antes. El sargento Madolell será uno de los primeros ciento setenta y cuatro alumnos de la escuela, dirigida desde sus inicios por el capitán Ramón Salas Larrazábal, pionero del paracaidismo y célebre autor de la exhaustiva obra Historia del Ejército Popular de la República. Madolell, que cuenta con 24 años cuando realiza su primer salto en paracaídas el 28 de enero de 1948, comienza a destacar muy pronto debido a su arrojo.

El riesgo inherente al paracaidismo está fuera de toda duda. Sin embargo, los avances técnicos y tecnológicos actuales amortiguan en cierta medida el peligro. Desde luego, esta circunstancia no se daba en los primeros tiempos del paracaidismo. Sin tecnología alguna ni excesiva preparación, con cada salto al vacío se tentaba al destino. Hecho que aumentó, más si cabe, cuando comenzaron los saltos de apertura retardada. Mientras que en los lanzamientos en automático el paracaídas está anillado al aeroplano mediante una cinta de extracción y se abre automáticamente, los saltos de apertura retardada dejan en manos del paracaidista la apertura del paño. Es en esta especialidad donde la osadía del sargento Madolell alcanza su culmen en 1955, al establecer un nuevo récord nacional de apertura retardada tras descender en caída libre durante treinta segundos.

Según consta en la memoria oficial de la Escuela Militar de Paracaidismo del Ejército del Aire, el primer lanzamiento en apertura retardada tuvo como protagonista al teniente Abajo Grijalbo, quien saltó desde mil metros de altura el 11 de enero de 1952. Tan sólo tres días después, saltaba en caída libre el sargento Madolell, quien estableció una marca de 18 segundos que superó el 26 de enero al alcanzar los 20 segundos. El temerario retardo con el que tiraba de la anilla de apertura del paracaídas el melillense le granjeó, incluso, alguna reprimenda por parte de sus superiores. De hecho, en la base aérea de Alcantarilla todavía resuena un encontronazo entre Ramón Salas Larrazábal y Joaquín Madolell, ya que, tras un lanzamiento de apertura retardada que rozó los límites de lo imposible, el director de la escuela se dirigió al sargento instructor y le espetó: «Quítate de mi vista ahora mismo porque no sé si arrestarte o meterte directamente una hostia en el pecho».

La mezcla entre reciedumbre, pronto y cercanía de Salas Larrazábal imponía respeto y admiración a partes iguales. Nunca le hubiera dado una hostia, más bien lo habría felicitado, pero debía mostrarse severo en público, delante de otros paracaidistas, ante la inconsciencia del sargento. En privado, Salas Larrazábal admiraba el temple suicida de las proezas de Madolell, y no dudaba en valorar muy favorablemente las aptitudes de su subordinado en informes confidenciales conservados en el expediente militar del sargento. Ramón Salas Larrazábal tuvo siete hijos. A uno de ellos, el más revoltoso, extravertido y despistado en los estudios lo apodaban cariñosamente el Tarugo. Al pequeño Ignacio, ‘el Tarugo’, tan especial y diferente, era imposible no quererle. Y, cómo no, Joaquín Madolell también sentía una especial predilección por Ignacio Salas, el popular presentador de televisión que, formando tándem junto a Guillermo Summers, todo el mundo quería. Presidente de la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión de 2000 a 2006, Ignacio Salas falleció en enero de 2016 no muy lejos de Alcantarilla, donde cuando era un zagal, al igual que el nombre de uno de los programas que presentó en TVE, debía pensar que eso de saltar en paracaídas no pasaba de ser un «juego de niños».

Las hemerotecas de los diarios ABC y La Vanguardia conservan múltiples noticias de estos pioneros del paracaidismo. Así, por ejemplo, el diario de la Ciudad Condal recogía en su edición del 28 de enero de 1953 un teletipo de la Agencia estatal Cifra que incluye un párrafo curioso referido a Madolell:

Entre los alumnos que realizaron hoy lanzamientos figura el joven periodista, de 21 años de edad, Ricardo Bartlett, que desempeñaba en Tortosa la corresponsalía del ‘Diario Español’, de Tarragona, y de la Agencia Cifra, que realiza el curso en esta undécima promoción. Ha realizado, como sus demás compañeros, todos los saltos para alcanzar el diploma de paracaidista, y a preguntas de corresponsal de la citada Agencia en Murcia, mostró su satisfacción por la brillantez alcanzada en los ejercicios por todos los alumnos. Hay otro periodista entre los instructores, Joaquín Madolell, corresponsal del diario ‘Línea’, natural de Melilla, suboficial instructor de la Escuela, que lleva efectuados cincuenta y seis saltos.

La gesta de ser el primer paracaidista militar en permanecer un total de treinta segundos en descenso libre también fue recogida por la prensa de la época. En su edición de la mañana del 11 de febrero de 1955, ABC tituló así: «El brigada Madolell se lanzó ayer al espacio desde 3.000 metros de altura»; para continuar en el cuerpo de la noticia:

Desde un Juncker-52, a una velocidad de ciento cuarenta kilómetros por hora y a tres mil metros de altura, se ha lanzado esta mañana el brigada instructor de la Escuela de Alcantarilla D. Joaquín Madolell Estévez, con el paracaídas plegado. Descendió en caída libre a la impresionante velocidad de doscientos kilómetros por hora, y al cabo de medio minuto, y tras un sinfín de vueltas en el espacio abrió el paracaídas. Manifiesta el Sr. Madolell que en el instante de efectuarlo, el golpe recibido por el aire fue de una intensidad extraordinaria, ya que le produjo una sacudida muy fuerte en el cuerpo ante el frenado, en seco, que le imprimió el paracaídas. Con este lanzamiento, el brigada Madolell, que cuenta con treinta y un años, ha batido tres marcas nacionales: la de ser éste su salto número doscientos, que le convierte en el único paracaidista que ha alcanzado tan elevada cifra; el haberlo efectuado a la altura de 3.000 metros, cuando corrientemente se realizan estas pruebas desde 1.600 metros y el de permanecer en el espacio con el paracaídas plegado medio minuto, cuando el récord hasta ahora era de veinte segundos. El salto realizado hoy por el Sr. Madolell es el veintidós de los denominados de apertura retardada y este instructor es el único que posee el título C de paracaidista internacional, máxima categoría que existe y que se obtiene en veinte saltos de esta modalidad. Este salto es arriesgadísimo y, por su peligrosidad, únicamente pueden realizarlo los dotados de gran serenidad y dominio de sí mismos. Lo más expuesto no es saltar, sino el momento de la apertura del paracaídas, que entonces, al ser frenado en seco, produce, a veces, pérdida momentánea del conocimiento.

La peligrosidad de los saltos de apertura retardada queda patente en la pieza del diario ABC. Por aquel entonces, la técnica de estabilización en el aire —de agarrarse al aire, como es denominada comúnmente entre los profesionales esta destreza— no entraba dentro de los planes de entrenamiento porque ningún instructor la dominaba. De ahí que, como explicaba el corresponsal de Cifra en la noticia publicada por el diario madrileño, «tras un sinfín de vueltas en el espacio, abrió el paracaídas». La práctica del descenso libre, a más de 200 kilómetros por hora de velocidad y dando vueltas por el aire, contaba con una dificultad más, ya que, para calcular la apertura, los pioneros del paracaidismo tan sólo contaban con un cronómetro analógico de mano, similar al usado antiguamente para cronometrar eventos deportivos, en el cual pintaban una marca coincidente con el segundo en el que debían abrir el paracaídas. Apretado entre manos sudorosas, la marca, dibujada en el exterior del cristal protector, llegó a borrarse en algunos casos, lo que provocó retardos temerarios involuntarios en la apertura manual. Pese a lo arriesgado de estos primeros saltos, la fortuna acompañó los primeros años de funcionamiento de la escuela de Alcantarilla. Tendrían que pasar cinco años, nueve meses y cuatro días desde su inauguración para asistir al primer deceso. La desgracia se cebó con el cabo 1º Justo Corrales el 19 de junio de 1953, tras 10.567 lanzamientos sin víctimas mortales.

En el transcurso de su estancia en Alcantarilla, mientras sumaba méritos militares gracias a sus gestas paracaidistas, Joaquín Madolell, con 26 años, contrajo matrimonio con Dolores Heredia Pérez, que con 19 años había perdido a su madre seis meses antes. Esta fue la razón por la cual el enlace se celebró con los novios vestidos de luto y en un horario tan inusual como las siete de la mañana. Del matrimonio entre Dolores y Joaquín nacieron cuatro vástagos, dos niñas y dos varones.

3. Giorgio Rinaldi, un as del paracaidismo en España

 

Giorgio Rinaldi Ghislieri, oriundo de Turín, nació el 5 de junio de 1928 en el seno de una familia nobiliaria venida a menos. Su madre era hija de un alto funcionario de Hacienda, mientras que su padre, el conde Filippo Rinaldi Ghislieri, era militar y descendiente del Papa Pío V, el pontífice que impulsó la batalla de Lepanto. De tradición monárquica, conservador y afecto al fascismo, el teniente coronel de Caballería del Batallón Niza, Filippo Rinaldi Ghislieri, héroe de la primera Gran Guerra, murió en el transcurso de la II Guerra Mundial.

Mientras el pueblo italiano sufría las consecuencias de la errática política de Benito Mussolini, presidente del Consejo de Ministros de Italia con poderes dictatoriales y líder del Partido Nacional Fascista, el adolescente Giorgio Rinaldi observaba la contienda mundial desde Asti, localidad piamontesa a escasos 45 kilómetros de Turín. Tras la invasión de Sicilia por parte de los Aliados y el arresto de Mussolini auspiciado por el rey Víctor Manuel III, el nuevo gobierno del general Pietro Badoglio firmó un armisticio entre Italia y las fuerzas armadas aliadas que, en vez de la paz, conllevó la división de Italia en dos bandos a partir del 8 de septiembre de 1943. De un lado, los fieles al rey y su gobierno; de otro, los fascistas de Mussolini —liberado por un comando de paracaidistas alemanes— bajo la República títere de Saló, controlada en todos sus extremos por la Alemania nazi de Hitler.

El joven Giorgio Rinaldi, bajo el sobrenombre de Neri, entra a formar parte de las milicias partisanas que operan en las inmediaciones de Asti contra la República de Saló. Pese a su exultante juventud, Giorgio Rinaldi, por coraje y astucia —según el relato de excompañeros partisanos—, llegó a ser el segundo jefe de la III Brigada Carlo Marx, comandada por Edgardo Sogno. Además de sabotajes, robos y pequeñas escaramuzas contra los republicanos de Saló y los cuerpos de ocupación nazis, el destacamento de la resistencia transalpina de Rinaldi participó militarmente en la operación de ocupación de Turín. De aquella época proviene su amistad con Willy, un «cosaco filósofo», según definición de Rinaldi.

El propio Giorgio Rinaldi relata en su libro de memorias Tainik[1] que Willy participó junto a él en el comando partisano de Asti. Poco después de finalizar la contienda, en septiembre de 1946, fue el encargado de sondear a Giorgio Rinaldi para que entrara en la órbita de los servicios secretos soviéticos. Visto el interés de Rinaldi ante la oferta, los contactos entre estos dos viejos camaradas continuaron en 1947. Será el propio Willy —del que se desconocen más datos que los aportados por Rinaldi— quien le recomienda iniciarse en el paracaidismo, mientras permanece como «agente durmiente» de la NKGB a la espera de órdenes. A partir de entonces, el nombre clave de Rinaldi para la inteligencia soviética será Primo.

El paracaidismo, que comenzó como práctica exclusivamente militar, pronto pasó al campo civil. La proliferación de paraclubs conllevó la extensión de esta actividad y su conversión en deporte para clases adineradas. Uno de los primeros ases del paracaidismo deportivo fue Giorgio Rinaldi Ghislieri. El italiano —que se anunciaba como conde, aunque todos los títulos nobiliarios quedaron abolidos a raíz de la aprobación de la Constitución de la República de Italia de 1947— fue uno de los primeros paracaidistas civiles en realizar exhibiciones públicas, actos que organizaba junto a su equipo en diferentes ciudades y países.

La primera constancia documental de la presencia de Rinaldi en España data de 1955. El sábado 5 de marzo el diario La Vanguardia recoge en su sección «Vida de Barcelona» el siguiente breve:

Es esperado en nuestra ciudad el conde Giorgio Rinaldi, destacadísimo paracaidista italiano que ostenta el récord de bajada sin antifaz, desde los 5.000 metros de altura. Al frente de su equipo, denominado ‘Los novios del cielo’, el conde Rinaldi organizará en nuestro país una serie de manifestaciones paracaidistas, modalidad deportiva que goza de muchas admiraciones y simpatías, por lo que seguramente las exhibiciones del conde Giorgio Rinaldi y su equipo obtendrán el apetecido éxito.

Primero como paracaidista de pruebas; después como instructor, hasta llegar en 1958 a dirigir el Centro Civil de Paracaidismo de Turín, Giorgio Rinaldi encuentra en este deporte aéreo el salvoconducto perfecto para viajar por toda Europa sin levantar sospechas. Para entonces, Rinaldi ya había pasado por un periodo formativo en Moscú, a donde llegó tras saltar de un coche cama en marcha en Austria y contactar en la capital, Viena, con un agente comunista que le suministró un pasaporte falso a nombre de Giorgio Rossi. Si bien Rossi es un apellido bastante común en Italia, asignar a un agente secreto, que vuela de incógnito hasta la Rusia roja, el apellido Rojo parece cuanto menos extravagante. Sea como fuere, entre 1954 y 1966, Giorgio Rinaldi volará a Moscú hasta en cinco ocasiones con el mismo pasaporte, que acredita que se apellida Rossi.

A Giorgio Rossi le esperaban en el aeropuerto de Sheremétievo dos agentes soviéticos, que respondían a los alias de Alessio y Dario. En palabras del propio Rinaldi, «mientras Alessio era alto, delgado, con cara de asceta y unos profundos ojos grises, Dario era bajo y de complexión típicamente caucásica». Ya instalado en una pequeña casa, cercana al mercado Koljosiano de Moscú, la primera estancia del turinés en la URSS estuvo marcada de cerca por Nina Serghievna, que ejercía de ama de llaves y controladora.

Pese a que Giorgio Rinaldi nunca desveló los nombres verdaderos de los dos agentes soviéticos que intervinieron en su formación, el italiano Gavino Raoul Piras, doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales experto en Inteligencia, afirma que varios de los cursos de adiestramiento tuvieron lugar en la sede del Servicio Militar de Inteligencia que albergaba el despacho de trabajo de Vilyam Fisher, alias Rudolf Abel, uno de los espías más conocidos de todos los tiempos. Sin duda, el estreno en 2015 de la película de Steven Spielberg El puente de los espías

Para sostener su tesis, Gavino Raoul Piras indaga en las descripciones obtenidas del interrogatorio a Rinaldi tras su detención en 1967. Sin embargo, todo apunta a que dicho encuentro, si llegó a producirse, sólo pudo tener lugar en alguna de las últimas estancias del turinés en Moscú una vez liberado Abel en 1962, habida cuenta de que el espía del GRU consiguió establecerse en Nueva York bastante antes de que Rinaldi recalase por primera vez en la capital rusa. De hecho, Fisher, que adoptó la personalidad de Emil Robert Goldfus, un bebé fallecido a los 14 meses de vida, arribó a EEUU en noviembre de 1947. Coincidiese o no con el célebre Vilyam Fisher, ‘Abel’, la realidad es que durante el largo periodo que permanece en la capital soviética en 1954, Rinaldi recibe una exhaustiva instrucción en radiotransmisión, cifrado de mensajes, técnicas fotográficas y de micropunto, así como en el uso de buzones para el intercambio de información. Además, le exponen la necesidad de que se encargue de España, donde debe crear una nueva red de información.