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Título:

Lingo. Guía de Europa para el turista lingüístico

© Gaston Dorren, 2014, 2015

Traducido de la edición inglesa (Lingo, Profile Books, 2014) hecha por el autor con la colaboración de Jenny Audring, Frauke Watson y Alison Edwards

De esta edición:

© Turner Publicaciones S.L., 2017

Diego de León, 30

28006 Madrid

www.turnerlibros.com

Primera edición: marzo de 2017

De la traducción: © José C. Vales, 2017

Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está
permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su
tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin
la autorización por escrito de la editorial.

eISBN: 978-84-16714-65-0

Diseño de la colección:

Enric Satué

Ilustración de cubierta:

Diseño TURNER

Depósito Legal: M-4397-2017

Impreso en España

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:

turner@turnerlibros.com

–¿Dos lenguas en una sola cabeza? ¡Nadie puede vivir así! ¡Santo Dios, hombre, estás hablando de imposibles!

–Pues los holandeses hablan cuatro lenguas y fuman maría.

–Sí, pero eso es trampa.

EDDIE IZZARD, Vestida para matar.

ÍNDICE

Introducción. ¿Qué hablan los europeos?

Primera parte. Todo queda en familia Las lenguas y sus familias

1. Una lengua a PIEfirme. Lituano

2. Los hermanos separados. Lenguas finoúgrias

3. Tanto fue el cántaro a la fuente. Rético

4. Querida mamá. Francés

5. Por su ‘slovo’ los conoceréis. Lenguas eslavas

6. El orfanato lingüístico. Lenguas balcánicas

7. El décimo sello. Osetio

Segunda parte. Pasado perfecto discontinuo Las lenguas y su historia

8. ¿Un imperialista pacífico? Alemán

9. La lengua madre de Portugal. Gallego

10. Crónica de una ruina. Danés

11. Los despojos de la derrota. Normando del Canal

12. Las lenguas del exilio. Karaim, ladino y judeo-alemán (yidis)

13. Congelado en el tiempo. Islandés

Tercera parte. Guerra y paz Lenguas y política

14. Un idioma democrático. Noruego

15. Dos discursos dirigidos al pueblo de Bielorrusia. Bielorruso

16. Los kleinsteinienses y sus vecinos. Luxemburgués

17. El anhelo de ser lengua. Escocés y frisón

18. Mucho ruido y pocos pronombres. Sueco

19. Cuatro países y… más que un club. Catalán

20. Muchas lenguas y poca cordialidad. Serbocroata

Cuarta parte. Werds, wirds, wurds… Escrito y hablado

21. Háček! ‘¡Que Dios te bendiga!’. Checo

22. Szczęsny, Pszkit y Korzeniowski. Polaco

23. Trinos anchos y estrechos. Gaélico escocés

24. De la A a la Я. Ruso

25. Adivina qué idioma es este. Algunas pistas

26. La ametralladora ibérica. Español

27. Montañas de dialectos. Esloveno

28. ¿Solo para sus oídos? Shelta y anglo-romaní

Quinta parte. Triquiñuelas y secretos Las lenguas y sus vocabularios

29. Exportación e importación. Griego

30. Llegada a Oporto. Portugués

31. Los ‘esnorbs’. Sorbio

32. De nuestro corresponsal en Vašingtona. Letón

33. Pequeña, dulce, esbelta, gorda, sensual y estúpida mujercita. Italiano

34. Una tormenta (de nieve) en un vaso de agua. Sami

35. Descifrando la lengua de los números. Bretón

Sexta parte. Hablando de manual Las lenguas y sus gramáticas

36. Cambio de sexo. Neerlandés

37. Un caso excepcional. Romaní

38. Una fusión imprescindible. Búlgaro y eslovaco

39. ‘Nghwm’ empieza por C. Galés

40. Montañas en medio del mar. Vasco / euskera

41. Nota personal, pronominal y reflexiva. Ucraniano

Séptima parte. Cuidados intensivos Lenguas al borde del abismo

42. Haciendo contactos en Mónaco. Monegasco

43. ¡Por los pelos! Irlandés

44. No es cosa de risa. Gagaúzo

45. La muerte de una lengua. Dálmata

46. La iglesia de Kernow. Córnico

47. Al borde del precipicio. Manés

Octava parte. Promotores y agitadores Lingüistas que dejaron huella

48. Ĺudovít Štúr, el héroe lingüista. Eslovaco

49. El padre de la albanología. Albanés

50. Un modelo inesperado. Lenguas germánicas

51. Los desesperados. Esperanto

52. El héroe nacional que no fue. Macedonio

53. Un alfabeto infiel. Turco

Novena parte. Con todos sus defectos Esbozos de retratos lingüísticos

54. Escribe como hablas. Finlandés

55. Romanos al norte del muro de Adriano. Faroés

56. Un significativo silencio. Lenguas de signos

57. Հայերեն բադակտուց. Armenio

58. Sola. Húngaro

59. Un afroasiático en Europa. Maltés

60. La jaqueca global. Inglés

Lecturas complementarias

Agradecimientos

Créditos fotográficos

Estos dos símbolos se utilizan al final de cada capítulo

principalmente a modo de curiosidad.

↔ remite a palabras castellanas que se han importado

de la lengua que se trata en el capítulo;

señala una voz que no existe en español, aunque tal vez

deberíamos plantearnos su adopción.

INTRODUCCIÓN

¿QUÉ HABLAN LOS EUROPEOS?

La actitud de los angloparlantes frente al resto de lenguas puede resumirse en la siguiente afirmación: apropiémonos de ellas, pero no las aprendamos. Una buena parte del vocabulario inglés procede del francés, del latín o de otras lenguas no originarias de las islas. Pero los británicos nunca han tenido excesivo interés en aprender idiomas, en general. “Salvo hablar una lengua extranjera, estaré encantado de hacer cualquier cosa por usted”, le hace decir Dickens al señor Meagles en La pequeña Dorrit, y siglo y medio después el cómico británico Eddie Izzard explicaba que el suyo es un país de monolingües: “¿Dos lenguas en una sola cabeza? ¡Nadie puede vivir así!”.

Se trata de caricaturas, naturalmente, pero la pasión británica por las lenguas, aun siendo importante, por lo general adopta la forma de una especie de fascinación única y exclusiva por el inglés. Los ingleses no solo son aficionados impenitentes a los juegos de palabras y fervientes “crucigrameros”, sino que muchos también están interesadísimos en la historia y en las variantes de su lengua nativa. Y aunque les encanta quejarse de su extravagante gramática y de su ortografía incoherente, me pregunto cuántos de ellos desearían que su lengua fuera de otra manera. Todas esas rarezas contribuyen a adornar la lengua inglesa con fantásticas historias. ¿Qué más se puede pedir?

Bueno, ¿y qué podemos decir del resto de las lenguas? Tanto en sus formas habladas como escritas, el abanico de lenguas puede parecer y resultar abrumador, pero las historias en torno a todas ellas son fascinantes. En este libro nos proponemos contar sesenta de las mejores aventuras lingüísticas de Europa. Aquí se podrá comprobar que el francés, tan aparentemente maduro, está realmente obsesionado y aquejado por un complejo materno. También se descubrirá por qué el español les suena a los extranjeros como una ametralladora. Y si pensaba el lector que el alemán se generalizó por Europa a punta de pistola, dispóngase a comprobar que fue todo lo contrario. Dispóngase también a viajar a países lejanos, cuando exploremos la extraña naturaleza democrática del noruego, la tendencia del neerlandés a los bailes de género, o las sangrientas batallas que se han entablado por culpa del griego y la historia de los huérfanos lingüísticos de los Balcanes. Y más allá de los caminos trillados, acompañaremos al lector a visitar las antiguas reliquias del lituano, el esnobismo del sorbio y los dificilísimos giros del vasco. Y, se crea o no, algunas de las historias lingüísticas más increíbles de Europa las encontraremos a las puertas de Inglaterra: extravagantes y, por decirlo así, intravagantes al mismo tiempo, con las lenguas celtas de las islas y en las lenguas de los viajeros.

Se podría decir que Lingo es una guía de idiomas, pero en ningún caso es una enciclopedia: algunos capítulos son breves esbozos de lenguas, en términos generales, y otros se centran en un detalle curioso o en su personalidad. Lo que se pretende es excitar el apetito con unas “tapas lingüísticas” o, como dicen los franceses a su modo tan seductor, este libro quiere ser un amuse-bouche.

Gaston Dorren, 2014

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PRIMERA PARTE

TODO QUEDA EN FAMILIA

Las lenguas y sus familias

Las dos grandes familias lingüísticas de Europa son el indoeuropeo y el finoúgrio. El linaje del finoúgrio (o lenguas urálicas) está bastante bien documentado, y sus principales variantes modernas son el finés, el húngaro o el estonio. Pero el pedigrí de las lenguas indoeuropeas es un verdadero laberinto que abarca las lenguas germánicas, las romances, las eslavas y algunas más. En muchos aspectos, sin embargo, su historia es como la de cualquier otra saga familiar, en la que aparecen los patriarcas más conservadores (lituano), los mozos pendencieros (rético), los hermanos como gotas de agua (las lenguas eslavas), los primos olvidados (osetio), los huérfanos (el rumano y otras lenguas balcánicas) y los niños a los que les cuesta salir de las faldas de mamá (francés).

I

UNA LENGUA A PIE FIRME

Lituano

Érase una vez, hace miles de años (nadie sabe exactamente cuándo), en una tierra muy muy lejana (nadie sabe exactamente dónde), una lengua que ya nadie habla hoy y cuyo nombre también se ha olvidado, si es que lo tuvo alguna vez. Los niños aprendían esta lengua de sus padres, igual que los niños de hoy, y a su vez se la enseñaban a sus hijos, y así una y otra vez, una y otra vez, generación tras generación. A lo largo de los siglos, la vieja lengua fue cambiando y transformándose, constantemente. Era un poco como el juego del teléfono estropeado: el último jugador entiende algo completamente diferente a lo que efectivamente dijo el primero. En este caso, los últimos jugadores somos nosotros.

Y no solo los que hablamos inglés o español, por supuesto. Los que hablan italiano también: porque prácticamente es lo mismo. O el portugués, que tampoco es muy diferente. Y el alemán, el polaco y el griego, porque, si se observan detenidamente, todos ellos se parecen un poco al inglés o al español. En otras latitudes lejanas hay otras lenguas, como el armenio, el kurdo o el nepalí, donde uno tiene que esforzarse para adivinar a qué familia pertenecen. Pero todas y cada una de ellas nacieron de una lengua que hablaron unos pueblos cuyos nombres tampoco conocemos, quizá hace sesenta siglos. Y como nadie sabe cómo se llamaba esa lengua, nos inventamos un nombre para ella: PIE.

PIE son las siglas de proto-indo-europeo. No es un nombre muy ajustado, porque la palabra proto (‘primero’) da a entender que no hubo una lengua anterior, cosa que no es cierta; y por su parte, la marca indo-europeo sugiere un área geográfico-lingüística limitada desde la India hasta Europa. Curiosamente, casi todo el mundo en América habla una lengua que desciende del PIE, mientras que en la India más de doscientos millones de personas hablan lenguas que no tienen vinculación alguna con el PIE. Dicho esto, más del 95 por ciento de los europeos actuales habla una lengua indoeuropea: en otras palabras, una lengua que evolucionó del PIE.

Tanto el proto-indo-europeo como sus hablantes se nos aparecen envueltos en las brumas del tiempo, pero los lingüistas se han esforzado en disipar esas nieblas y han procurado reconstruir esa lengua, imaginando cómo podría haber sido a partir del aspecto de sus “descendientes”. Los documentos más antiguos escritos en lenguas como el latín, el griego o el sánscrito son especialmente útiles en este trabajo, pero también desempeñan un papel importante otras fuentes modernas, como las inscripciones irlandesas con signos ogam (también ogham y ogum, del siglo IV) y el inglés antiguo del Beowulf (del siglo IX, aproximadamente), o los primeros restos escritos del albanés (siglo XV) e incluso los modernos dialectos lituanos.

Para reconstruir el proto-indo-europeo y la palabra ‘lengua’, por ejemplo (refiriéndonos a la lengua que tenemos en la boca), los lingüistas buscarán palabras que se usen en esos idiomas más adelante, como lezu, liežuvis, tengae, tunga, dingua, gjuhë, käntu, jęzikǔ y jihva (tomados respectivamente del armenio, lituano, irlandés arcaico, sueco, latín antiguo, albanés, tocario A, eslavo antiguo y sánscrito). A primera vista, todas esas palabras tienen poco en común. Pero si se comparan series de este tipo de un modo sistemático, aparecen de inmediato los modelos y los patrones. Paulatinamente queda claro que una lengua A ha ido cambiando determinadas palabras del proto-indo-europeo de un modo coherente (se ha “corrompido”, como dicen los no lingüistas), mientras que otra lengua B ha evolucionado de un modo también perfectamente coherente, pero en un sentido distinto. Una vez que se han identificado esos procesos, se puede ir hacia atrás en el tiempo hasta dar con la palabra original.

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Mapa de las lenguas europeas (1741), con los primeros versos del Padrenuestro lituano.

Este trabajo detectivesco ha proporcionado una gran cantidad de información filológica. Por desgracia, sin embargo, los resultados no son especialmente ilustrativos para el público no especializado. El caso es que ‘lengua’, al parecer, procede de un antiquísimo *dǵhwéh2s en proto-indo-europeo. El asterisco significa que la palabra se ha reconstruido a partir de lenguas posteriores y que no hay confirmación o certeza al respecto. El resto de los caracteres representan sonidos, aunque solo los especialistas pueden decir a qué sonidos concretos remiten (e incluso para ellos algunos sonidos siguen siendo un enigma). El resultado, en resumen, es bastante abstracto y no siempre fácil de entender.

¿Hay algún modo de salvar el abismo que nos separa de la lengua de nuestros lejanos ancestros? ¿No podemos conseguir que el PIE resulte más accesible y sus hablantes nos parezcan un poco más reales? ¿Hay algún modo de devolver esa lengua y esos pueblos a la vida? La respuesta es sí, al menos en cierta medida. Y Vilna, la capital de Lituania, es un buen lugar para comenzar esa tarea.

Vilna fue el lugar de nacimiento de Marija Gimbutas (1921-1994), una lingüista que en la década de 1950 planteó la llamada “hipótesis Kurgan”, que situaba a los hablantes del PIE en las vastas estepas al norte del mar Negro y del mar Caspio (hoy en Ucrania y al sur de Rusia). Esos hablantes habrían vivido en torno al 3.700 a. de C. ‘Kurgan’ es una voz en túrquico (o turco antiguo) que designaba los túmulos, y se aplica a los antiguos montículos funerarios que pueden encontrarse diseminados por toda esa región. Gimbutas decía que la cultura que construyó algunos de esos túmulos –una cultura lo suficientemente desarrollada para haber domesticado caballos e incluso haber fabricado carros– habría sido la fuente primigenia del PIE. Aunque su teoría sigue sometida a análisis y debates, en lo esencial ha obtenido una amplia aceptación.

Y si el lector tiene interés en estudiar el PIE, Vilna es su destino irrenunciable, porque entre todas las lenguas vivas el lituano es la que más se acerca y recuerda al proto-indo-europeo. Desde luego, los lituanos actuales no podrían entenderse con los indoeuropeos de la prehistoria, pero seguramente serían capaces de intuir los elementos básicos de la lengua antigua con mucha más rapidez que un español o un nepalí, y no digamos un inglés. Hay muchas similitudes entre el lituano y el PIE. ‘Hijo’, por ejemplo, es sūnus en lituano, y *suh2nus en PIE. Esmi en PIE significa ‘soy’, lo mismo que en algunos dialectos lituanos (aunque la lengua normalizada moderna de Vilna usa la forma esu). La lengua lituana ha preservado muchos de los sonidos del proto-indo-europeo, mientras que otras lenguas han evolucionado radicalmente: en el caso del inglés, por ejemplo, la evolución fue tan drástica que una de esas transformaciones se denomina el Gran Cambio Vocálico (a veces denominado Gran Desplazamiento Vocálico). Piénsese en la palabra inglesa five (‘cinco’), por ejemplo. Tanto la palabra inglesa como la lituana (penki) descienden de *penkwe. Pero solo un especialista puede descubrir las similitudes y relaciones entre *penkwe y five, mientras que cualquiera puede ver el parecido con la voz lituana. Es curioso que tanto el latín como el castellano hayan conservado el grupo /nk/ en quinque y ‘cinco’. Otros números, como *oynos > unus > ‘uno’ o *septm > septem > ‘siete’, también dejan entrever inevitables parentescos.

Las similitudes gramaticales entre aquella mítica lengua y el lituano son incluso más llamativas. El proto-indo-europeo tenía ocho casos, y el lituano aún conserva siete. Otras lenguas, como el polaco, también tienen siete casos, pero solo en el lituano las desinencias de caso suenan aún casi como las del PIE. Además, como el PIE, algunos dialectos lituanos carecen de las formas habituales y comunes del singular y el plural, y además conservan el ‘dual’: un plural que se refiere específicamente a dos cosas o personas. Este rasgo es una rareza entre las modernas lenguas indoeuropeas; el esloveno es la excepción más importante –y orgullosamente característica–.

Las conjugaciones, la sintaxis, los acentos, los sufijos… muchos rasgos del lituano delatan sus orígenes proto-indo-europeos. Todos ellos han sobrevivido durante doscientas generaciones con relativamente pocos cambios. Los lituanos, por lo tanto, son sin ninguna duda los campeones de Europa en el juego de los teléfonos estropeados.

↔ Aunque el proto-indo-europeo se encuentra en la raíz de la mayor parte de las lenguas europeas, el lituano no ha dado muchas palabras a las lenguas occidentales. En inglés existe la voz eland para designar a un antílope sudafricano, y se dice que su origen puede estar en el lituano élnis, pero solo ha llegado a las islas británicas por influencia del neerlandés y el alemán (donde eland significa alce). En castellano, alce tiene su origen en el latín (alces).

Rudenėja. Es la voz lituana para designar el comienzo del otoño, pero no en el sentido astronómico, sino cuando se manifiesta en la naturaleza.

2

LOS HERMANOS SEPARADOS

Lenguas finoúgrias

¿Qué hablan los turistas finlandeses en Hungría? “Inglés”, habrá sido la respuesta inmediata del lector, y muy probablemente estará en lo cierto. El finlandés (o finés) y el húngaro están emparentados (pertenecen a la familia finoúgria, a veces conocida simplemente como lenguas urálicas), pero son demasiado distintas para que los finlandeses tengan la más mínima esperanza de hacerse entender en Budapest si se limitan a hablar su lengua materna. Esta distancia lingüística no refleja una distancia geográfica, sino histórica. La distancia geográfica no necesariamente es un problema para las lenguas, como queda demostrado en la relación entre los chilenos y el castellano. Que dos pueblos con una misma lengua pasen mucho tiempo separados, sin embargo, es una cosa bien distinta.

Y el periodo de separación de finlandeses y húngaros fue verdaderamente largo: sus ancestros lingüísticos hicieron sus caminos por separado durante más de cuatro mil años. En ese tiempo iban a tener lugar los cambios que, por ejemplo, hicieron del inglés una lengua completamente distinta al ruso, al griego o al hindi.

Y sin embargo, si uno los observa detenidamente, hay muchas similitudes entre el finlandés y el húngaro. Para empezar, tienen unos cuantos centenares de cognados, una palabra que designa a las voces emparentadas desde el punto de vista morfológico y que literalmente significa palabras ‘nacidas unidas’ o que comparten el mismo origen. Un refrán famoso para ilustrar esto es: “El pez vivo nada bajo el agua”. La traducción finlandesa es Eläva kala ui veden alla; en húngaro se dice Eleven hal úszkál a víz alatt. Con otras palabras cognadas el parecido resulta menos evidente. Los historiadores de las lenguas están seguros, por ejemplo, de que viisi y öt (‘cinco’) son pares cognados, igual que juoda e íszik (‘beber’), vuode y ágy (‘cama’) y sula- y olvad (‘derretir’). Pero para el resto del mundo la cosa no está tan clara, ni siquiera para un finlandés o un húngaro.

Así pues, ¿cómo pueden los lingüistas estar tan seguros de la existencia real de esas conexiones? Bueno, hay alrededor de otras veinte lenguas, la mayoría pequeñas y habladas en el noroeste de Rusia, que forman el puente sobre el abismo que separa el húngaro del finés. La palabra ‘cinco’, por ejemplo, ofrece las formas viit (en estonio), vit (en el idioma komi), wet (en el kanti) y ät (en el mansi), una secuencia que claramente vincula el finés viisi con el húngaro öt.

Pero el vocabulario o el léxico son, por supuesto, solo un aspecto del lenguaje. Cuando se trata de analizar la fonología (los sonidos de una lengua) y la gramática, el parentesco entre el húngaro y el finlandés resulta más fácil de apreciar. Por lo que toca a los sonidos, ambos tienen un gran abanico de sonidos vocálicos, lo cual ya es excepcional en sí mismo. Más revelador aún resulta que entre todos esos sonidos vocálicos haya dos que no existen ni en español ni en la mayoría de las lenguas: son los equivalentes al eu y a la u en francés, o a la ö y la ü en alemán. Y aún hay más: ambas lenguas dividen sus sonidos vocálicos en dos series, y todos los sonidos vocálicos que aparecen en una palabra tienen que pertenecer a la misma serie. Finalmente, todas las palabras están acentuadas en la primera sílaba.

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El mundo finoúgrio o fino-ugrio: emplazamientos alejados y desconectados del centro finés y estonio.

El finés y el húngaro también comparten al menos seis rasgos gramaticales que son raros en el resto de Europa. Ambos ignoran el rasgo de género hasta el punto de que tienen solo una palabra para decir ‘él’ y ‘ella’ (hän en finlandés, ő en húngaro). Ambas lenguas tienen más de doce casos, y ambas tienen posposiciones en vez de las preposiciones del español y otras muchas lenguas europeas. A ambas les encantan los sufijos: una palabra como periodísticamente, compuesta en su mayor parte por sufijos, no le extrañaría a nadie. La posesión no se expresa con un verbo, sino con un sufijo; en vez de decir ‘Lo tengo’, dicen algo parecido a lo que en castellano sería ‘Está conmigo’. Y finalmente, los numerales siempre van seguidos de una voz en singular (‘seis perro’ en vez de ‘seis perros’); pensarán que, si ya se explicita el número, ¿para qué van a tomarse la molestia de modificar también el sustantivo?

Es posible que todas estas similitudes sean suficientes para convencernos de que el finlandés y el húngaro son lenguas hermanas. Pero hay un problemilla. Casi todas las similitudes fonológicas y gramaticales entre esas dos lenguas las comparten también con el turco. Así que uno podría pensar que aquí tenemos a otro miembro de la familia. Y eso era exactamente lo que los lingüistas pensaban tiempo atrás, y lo que algunos piensan todavía. Sin embargo, la mayoría de los filólogos especialistas cree actualmente que, a pesar de las similitudes, las pruebas no son concluyentes. Prefieren mantener al turco como una lengua distinta de las otras dos, y lo explican diciendo que las similitudes se deben en parte a la pura coincidencia, y en parte a cierta influencia. (Los húngaros y los hablantes de las lenguas túrquicas tienen una relación histórica que se remonta a muchos siglos atrás).

Sin embargo… podría ser verdad. Simplemente, no podemos estar seguros. Si al menos tuviéramos algunas lenguas, aunque fueran pequeñas y en peligro de extinción, para salvar el vacío existente entre el turco y el húngaro… Puede que jamás hayan existido, o puede que se hayan extinguido. Probablemente nunca lo sabremos.

Para los préstamos finoúgrios y las palabras que deberían importarse a las lenguas occidentales, véanse los capítulos particulares dedicados al estonio, el finlandés, el húngaro y el sami.

3

TANTO FUE EL CÁNTARO A LA FUENTE

Rético

Rético. Veamos… se trata de esa pequeña y extraña lengua que hablan en Suiza, ¿no? La cuarta lengua nacional, junto con el francés, el italiano y una forma extraña del alemán, ¿no es así? Sí. “Sí” es la respuesta breve, sencilla y levemente inexacta. Para dar una respuesta más ajustada debemos viajar hacia atrás en el tiempo, unos veinte siglos, aproximadamente.

Roma está en la cumbre de su poder. Como si fuera un imponente cántaro de barro, el imperio romano abarca toda la región mediterránea, con el estrecho de Gibraltar en la embocadura. Pero la cerámica no es eterna… En el siglo V, el imperio se desmorona, se quiebra y se rompe en mil pedazos. La parte oriental, con su cultura fundamentalmente griega, consigue mantenerse unida hasta cierto punto; aunque se resquebraja paulatinamente, logra preservar su unidad durante algunos siglos más. Pero el occidente romano se rompe en mil pedazos y para siempre. Y con él, el latín también se desmenuza en numerosos fragmentos diversos. Como cada vez había menos contacto entre las diferentes regiones, sus hablas evolucionaron hasta convertirse en dialectos distintos. Y además una serie de variopintas tribus, cada cual con su propia lengua, empezó a asentarse en lo que antaño fuera el gran imperio. Algunas de esas tribus adoptaron el latín del entorno y luego lo adornaron con sus rasgos particulares.

Esos fragmentos del latín al final evolucionaron hasta convertirse en las lenguas romances: las cinco grandes (italiano, francés, español, portugués y la rareza oriental, el rumano), junto a una plétora de otras lenguas. Pero el surgimiento de las Cinco Grandes tardó muchísimo tiempo en producirse. En los siglos inmediatos a la caída del imperio, el latín se desintegró no en cinco, sino en decenas de lenguas, y con tantos dialectos como gotas de agua en el cántaro mediterráneo. Si uno se atrevía a cruzar de lado a lado el antiguo imperio romano en torno al año 1200, seguramente no encontraría dos ciudades que hablaran la misma lengua. Hasta la última aldea del viejo imperio tenía su propio latín rústico particular.

El advenimiento de lo que ahora conocemos como las lenguas romances comenzó algún tiempo después. Ciertos reyes como Dionisio de Portugal y Alfonso X de Castilla, grandes figuras literarias como Dante e instituciones como la Académie Française contribuyeron a pegar los fragmentos de los pequeños dialectos locales y a convertirlos en lenguas que pudieran utilizarse en grandes territorios, al principio sobre todo en forma escrita. Las Cinco Grandes tuvieron un gran éxito: se convirtieron en las lenguas oficiales de sus estados e incluso de nuevos imperios: tal es el caso del español, del portugués y del francés.

Pero otros grupos de dialectos romances también se esforzaron en convertirse en lenguas de pleno derecho. En España se reconocen como lenguas nacionales dos formas romances minoritarias: el catalán y el gallego. Al este de Galicia puede distinguirse un grupo de lenguas estrechamente relacionadas –el asturiano, el leonés y (en Portugal) el mirandés–, que desempeñan papeles solo regionales. En España también se considera la fabla del Pirineo aragonés y se mantiene el debate académico y popular respecto al valenciano y el mallorquín; están además las variantes andaluza, extremeña y murciana del castellano. En Francia, aparte del francés (con sus muchos dialectos diferentes), hay otras lenguas claramente distintas: el occitano, el corso y el arpitano, por mucho que en París no se tenga este hecho en cuenta. En Italia, donde cada dialecto es el orgullo de su región, algunos reclaman el estatus de lengua diferenciada. El sardo tiene todas las credenciales para serlo, pero el veneciano y una docena más de lenguas tampoco le van a la zaga. El rumano tiene tres variedades que bien podrían considerarse lenguas independientes: el aromariano, que se habla en varios países del sur de los Balcanes; el megleno-rumano, usado en Grecia y Macedonia; y el istro-rumano, que se habla en la península croata de Istria, pero que en la actualidad está prácticamente extinto. Nativo de Istria es también el istriota, una lengua romance de oscuro linaje. En la actualidad la hablan solo unos centenares de personas mayores, y probablemente se extinguirá antes de que los especialistas hayan podido resolver el enigma de su pedigrí. Otras lenguas romances también han muerto: el dálmata, a finales del siglo XIX, ha sido el deceso más reciente en la familia.

Y entonces, ¿en qué lugar situamos al rético? Bueno, la situación es complicada. La constitución suiza lo reconoce como lengua oficial y lo hablan unas 35.000 personas en el cantón de Grisones (Graubünden), pero sus variantes son peculiares de un valle a otro. Incluso una sencilla palabra como ‘yo’ se expresa de diferentes modos, que van desde eu a ja. La expresión ‘¡Qué bonito!’ es Che bel! en un dialecto y Tgei bi en otro. El resultado es que los hablantes del rético en un valle tienen graves dificultades para comprender a los aldeanos que viven unos kilómetros más allá. Si estos dialectos no hubieran estado tan aislados durante siglos, podrían haber quedado absorbidos por otras lenguas más grandes. Y si hubieran tenido su propia capital, que actuara como centro cultural, podrían haberse fusionado en una sola lengua. Pero nada de eso ocurrió: hoy siguen siendo lo que siempre fueron, fragmentos de un cántaro llamado latín que se rompió en mil pedazos.

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Este cartel en una estación del Cervino prohíbe cruzar las vías en cinco idiomas. El primero es el rético; el último, el japonés.

Y entonces, ¿qué dialecto se reconoce en Suiza y en el cantón de los Grisones como el “verdadero” y “auténtico” rético? Hasta hace unos cincuenta años la respuesta era: “Ninguno y todos”. Los textos escolares se publicaban en cinco variantes distintas. Al final, en 1982, después de una serie de intentos fallidos, los diferentes fragmentos del cántaro se pegaron en una lengua normalizada, que se denomina Rumantsch Grischun (rético o romanche de los Grisones). Por razones de neutralidad, el organismo político, la Lia Rumantscha (la Liga Rética), encomendó el trabajo normativo a una persona independiente, el lingüista germanoparlante Heinrich Schmid. Tanto el cantón como el gobierno central recibieron la creación de Schmid con los brazos abiertos, y en la actualidad se promulgan leyes, se redactan manuales escolares y se escriben todo tipo de asuntos en la nueva lengua unificada. Pero, neutral o no, la lengua normalizada no ha conseguido conquistar los corazones de los hablantes dialectales. La mayoría de los municipios de los Grisones aún sigue utilizando su dialecto local como primera lengua.

Y el rético no es la única lengua romance que ha tenido su propia historia local. Pertenece a un grupo de tres lenguas pertinaces e independientes, que recibe el nombre de subfamilia reto-romance. Las otras dos se hablan en Italia: el ladino y el friuliano. El ladino, con sus 30.000 hablantes en el entorno fronterizo de las lenguas italiana y alemana, es un caso tan desesperado como el del rético: cada aldea y cada pueblo tiene un centenar de hablantes que solo se entienden entre ellos. El friuliano, por el contrario, es una lengua bastante estandarizada. Tiene más de medio millón de hablantes en el extremo nororiental de Italia, donde hay que contar algunas ciudades de importancia, y una literatura que va más allá de los límites de la novelística regional y la poesía pedestre.

↔ ‘Avalancha’ es palabra de origen rético, pero a España ha llegado a través del francés avalanche.

Un giratutona, literalmente ‘gira cuello’, es una persona que gira como una veleta, dependiendo de por dónde sople el viento. En 2004 un jurado decidió que esta palabra era la voz más bella del rético.

4

QUERIDA MAMÁ

Francés

El francés moderno tiene una fuerte vinculación con su madre. En realidad, es una especie de fijación materna. Uno sospecharía que un idioma tan aparentemente sofisticado debería haber madurado hace mucho tiempo. Despues de todo, tiene más de mil años, ha convivido con otros, ha visto mundo… Pero no: cuando uno observa el francés detenidamente, se da cuenta de que aún sigue pegado a las faldas de su madre: la lengua latina.

Fue Julio César el que plantó las primeras semillas del francés. En el siglo I a. de C., él y sus legiones conquistaron las Galias, que era el nombre de las tierras de Francia en aquellos días. Vino, habló y venció, y cuando los romanos se fueron, cinco siglos después, los pueblos que abandonaron hablaban ya una forma vulgar del latín. Es decir, el latín del soldado y del mercader, influido por el galo, la lengua céltica que los indígenas hablaban con anterioridad a la conquista romana. Era el tipo de latín que ningún clasicista serio aprobaría, desde luego. Sin embargo, aunque estuviera muy adulterado, cualquiera podría reconocer en esa lengua el latín. Y así fue concebido el francés.

Tras haber expulsado o arrinconado la lengua céltica de los galos durante los cinco siglos de conquista, el latín se pasó los cinco siguientes luchando a brazo partido con el germánico por la dominación del norte de las Galias. Para ser más precisos, su enemigo era el franco (a veces llamado fráncico), la lengua que hablaban las nuevas élites gobernantes. Algunos famosos reyes medievales, como Clodoveo, Pipino el Breve y Carlomagno eran bilingües: aunque el franco era su lengua materna, aprendieron el latín clásico con sus tutores. Y cualquier individuo que tuviera alguna ambición social o intelectual estaba en la misma situación. Mientras, la plebe inculta seguía hablando lo que era, por el momento, una especie de latín corrompido. Era un latín tan malo, de hecho, que sería conocido como lingua romana rustica: un latín de pueblo. Julio César se habría revuelto en su tumba si hubiera visto en qué se había convertido la lengua que había llevado a las Galias: de los seis casos latinos, solo quedaban tres; las palabras neutras se habían convertido en masculinas; y varios tiempos verbales habían cambiado hasta quedar irreconocibles. Además de las docenas de palabras célticas que ya se habían adoptado con anterioridad (charrue, ‘arado’; mouton, ‘oveja’), el latín vulgar asumió centenares de voces francas que entraban a raudales en su léxico: auberge (‘posada’), blanc (‘blanco’), choisir (‘elegir’).

Cuando un pueblo casi en su totalidad habla una lengua distinta de la de sus gobernantes, al final una de las dos partes tiene que ceder. En este caso, cedieron los gobernantes: el rey franco Hugo Capeto, en el siglo X, fue el primero que ya no habló el fráncico, sino la lengua de su pueblo (junto con el latín culto que aprendiera en la escuela). Y así fue como la lengua campesina finalmente se abrió paso hasta la realeza; la lingua romana rústica se había convertido simplemente en lingua romana, o lengua romance. En la actualidad lo conocemos como francés antiguo, pero la designación de ‘francés’ (franceis, françois, français) no entraría en escena hasta varios siglos después.

Algún tiempo después, en Italia, estalló el Renacimiento, que al final acabaría difundiéndose por toda la Europa occidental. La región entera cayó bajo el hechizo de la antigüedad clásica, y todas las lenguas del occidente europeo fueron presa de una obsesión por el mundo grecolatino y sus lenguas. En este sentido, el francés superó con mucho a todos los demás. Quería ser igualito a su madre, y de todos los modos posibles. Las palabras de origen no latino –especialmente las palabras germánicas– cayeron en descrédito. Sur (‘ácido’, o ‘agrio’) fue poco a poco sustituido por la voz latina acide. Maint (mucho), una palabra teñida de rasgos ancestrales germánicos, quedó eclipsada por beaucoup.

Algunas palabras que habían permanecido olvidadas durante siglos se recuperaban en los textos clásicos latinos y se les insuflaba nueva vida. Célèbre, génie y patriotique pueden parecer palabras típicamente francesas, pero en realidad no fueron importadas del latín hasta una fase ya bastante avanzada. La voz latina masticare (‘masticar’, ‘mascar’), que había evolucionado por la vía del latín vulgar y se había convertido en mâcher, se revitalizó con la forma mastiquer. Fragilis (‘rompible’, ‘frágil’), que se había quedado en frêle, renació como fragile. (En español, también ‘masticar’ y ‘frágil’ son de procedencia latina culta, mientras que ‘mascar’ es la voz evolucionada desde el latín vulgar; el inglés tomó las palabras del francés y las convirtió en masticate, frail y fragile).

Si el francés quería parecerse a su mamá, sonar de modo parecido no era suficiente. También tenía que tener el mismo aspecto: quería llevar sus faldas, usar su lápiz de labios y toda la parafernalia. La ortografía francesa está repleta de consonantes mudas que son herencia de su madre latina. Miles de ces, des, efes, haches, eles, pes, erres, eses, tes y zetas aparecen sobre el papel sin que nadie las pronuncie nunca. Por ejemplo, temps (‘tiempo’) se pronuncia /tã/ (con un sonido muy nasal, y de ahí la virgulilla). Tant (‘tanto’) suena exactamente igual que temps. Pero la primera palabra, temps, procede del latín tempus, y la segunda procede de tantus, de ahí las diferencias gráficas. (En castellano solo la h es muda. El inglés en ocasiones hace lo mismo: la b de debt [‘deuda’] nunca se pronunció, pero procede de la voz latina debere, que significaba ‘deber’). Otro ejemplo: la palabra homme (‘hombre’, ‘ser humano’), como el ‘hombre’ castellano, tienen la voz muda original del latín homo, de la cual derivan.

Algunas de esas consonantes mudas francesas se activan cuando la siguiente palabra comienza con una vocal. Prenez (‘coged’), por ejemplo, suena aproximadamente como /prne/, pero en prenez-en (‘coged algo’) es más como /prne-zã/. Otro ejemplo es la s en la palabra les (el artículo plural, masculino y femenino), que es normalmente muda, pero en les amis (‘los amigos’) se pronuncia: /lez-ami/. Y de nuevo, el latín se deja ver: les es la evolución de los demostrativos latinos illos/illas (‘aquellos’, ‘aquellas’), y la mayoría de los plurales franceses mudos son la evolución de la s final (pronunciada) de aquellas palabras latinas.

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El modelo romano en su forma más imponente: una escultura idealizada de Napoleón.

La situación cambia cada vez que el francés quiere sonar fino, como si fuera de domingo. Entonces, de repente, la mayoría de esas consonantes que habitualmente no se pronuncian salen a la luz y se oyen. En tu as attendu (‘has esperado’), por ejemplo, los franceses se lanzan a pronunciar la s también. En el habla de los días de diario no se les ocurriría hacer nada semejante, pero resulta irresistiblemente distinguido. Y probablemente suena distinguido porque es muy difícil de hacer: el hablante, mientras habla, tiene que visualizar la palabra siguiente antes de pronunciarla. O, dicho de otro modo: el orgulloso hablante francés tiene que tener en mente la imagen de la lengua madre, el latín, constantemente, porque el francés se ha moldeado a su imagen y semejanza, y se ha ataviado con su ortografía.

Si eso no es una fijación maternofilial, ¿qué es?

↔ El vocabulario de origen francés en español es abundantísimo desde muy antiguo, pero su volumen se incrementa sobre todo a partir del siglo XVIII: ‘hotel’, ‘detalle’, ‘favorito’, ‘galante’, ‘neceser’, ‘revancha’, ‘cotizar’, ‘garantía’, ‘bisutería’ o ‘bechamel’, son solo algunos ejemplos. En inglés, solo el latín supera al francés en los préstamos léxicos: desde las voces muy comunes air y place hasta las expresiones refinadas como maître d’ y je ne sais quoi todos, obviamente, han cruzado el canal de La Mancha.

Existe en francés la palabra terroir, que se refiere a la tierra donde crece la cosecha, y que es un lugar único por sus características geográficas, geológicas y climáticas. La utilizan sobre todo los eruditos del vino, pero se puede aplicar también a las tierras donde crecen otros cultivos. Está en proceso de asimilación tanto del inglés como del español, al menos entre los aficionados al buen comer y entre los esnobs gastronómicos. En español podría asimilarse tal vez a ‘terruño’, ‘país’, etcétera.

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POR SU ‘SLOVO’ LOS CONOCERÉIS

Lenguas eslavas

Todas las lenguas eslavas se parecen muchísimo entre ellas. Así que si uno conoce bien una se puede decir que conoce a toda la familia. Es el equivalente lingüístico de “pague una y llévese tres”.

Tomemos por ejemplo la palabra que designa en general lo eslavo. En ruso se dice slavianski, en polaco slowiański y en serbocroata slavenski. Y se trata de lenguas que se encuentran bastante alejadas entre sí, y que pertenecen a tres grupos diferentes: la rama oriental, la rama occidental y la rama meridional del eslavo, respectivamente. Otro buen ejemplo es la palabra que utilizan para decir ‘palabra’: en ucraniano es slovo, en eslovaco es slovo y en búlgaro es slovo… Una vez más se trata de lenguas pertenecientes a las ramas oriental, occidental y meridional del eslavo.

Sin embargo, de vez en cuando, estos parecidos se convierten más en un dolor de cabeza que en una ayuda. Tal y como resultaron las cosas, slovenský es la palabra checa para… no, no para ‘esloveno’, como uno podría imaginar, sino para ‘eslovaco’. La palabra que significa ‘esloveno’ en checo, de hecho, es slovinský. Y junto a slovinský y slovenský, el checo tiene tambien slovanský, que significa ‘eslavo’. En búlgaro, slovenski sí significa ‘esloveno’, pero en macedonio significa ‘eslavo’. Y slovisnki en macedonio se refiere al ‘eslovinciano’, un dialecto extinto de Polonia que, curiosamente, los checos denominaban… Y con esto ya nos podemos hacer una idea.

Así pues, si uno conoce una lengua eslava, puede decir que conoce a toda la familia… el único problema es que con frecuencia uno no sabe cuál de todas esas lenguas es la que conoce. ¿Era el eslovaco el que se denominaba a sí mismo slovenčina y el esloveno slovenščina… o era al revés? No es tarea fácil buscarlas en el diccionario… ni en un diccionario esloveno-eslovaco (un slovinsko-slovenský slovník) en esloveno ni en un slovensko-slovaški slovar en eslovaco, ¿o era al contrario? ¿Y cuál de esas lenguas era la que, además de slovinčina y slovenčina, tenía además la palabra slovienčina para designar la lengua eslava? Por no mencionar otras lenguas eslavas, el serbio y el sorbio (véase el capítulo 31), que se denominan igual (srbský) en esloveno… no, en eslovaco.

A primera vista, es una ganga: todas las lenguas eslavas parecen casi la misma. Y los Miroslav, los Stanislav y otros Slavs pueden tener una docena de lenguas por el precio de una. Pero para el resto del mundo… es mejor pensar que a veces lo barato sale caro.

Para los préstamos y palabras eslavas que deberían ser importadas al castellano, véanse los capítulos particulares dedicados al eslovaco, el esloveno, el checo, el serbocroata, el sorbio, el polaco, el búlgaro, el macedonio, el ruso, el bielorruso y el ucraniano.

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EL ORFANATO LINGÜÍSTICO

Lenguas balcánicas

La familia lo es todo y te convierte en lo que eres. Uno hereda los genes de sus padres, que los heredaron a su vez de los suyos. La mayoría de las lenguas, del mismo modo, forma parte de una familia, y los miembros de esas familias comparten ciertas características heredadas. Por supuesto, en la “reproducción” lingüística las nuevas lenguas no nacen de la conjunción de dos lenguas maternas, lo cual arruina en buena medida nuestra metáfora biológica. Generalmente, las lenguas se dividen en distintas partes, como amebas, o desarrollan vástagos y ramas, como las enredaderas de las fresas. Por ejemplo, las lenguas romances (el rumano, el francés, el italiano y otros) evolucionaron a partir del latín, mientras que el tok pisin (la lengua criolla de Papúa Nueva Guinea) es un vástago joven del inglés.

Pero nuestro linaje familiar no es lo único que determina, en tanto personas, cómo nos comportamos, cómo nos vestimos o cómo nos expresamos. Nuestras experiencias y la gente con la que nos cruzamos en la vida también configuran nuestro ser. El resultado es que algunos miembros de la familia parecen destacar más que otros: hablamos de los proverbiales “mirlos blancos” o, más a menudo, las “ovejas negras” de la familia. Este modelo desde luego puede aplicarse a las cuestiones lingüísticas. Unas lenguas pueden influir de un modo decisivo sobre otras, o, por el contrario, recibir esas influencias, sobre todo en zonas donde varias lenguas de distintas familias viven en estrecho contacto durante siglos. Y en ninguna parte de Europa se ha dado este fenómeno con más intensidad y de un modo más intrincado –y con efectos más duraderos– que en los Balcanes.

Situados en el extremo suroriental del continente europeo, los Balcanes son el territorio natal de un batiburrillo de lenguas –desde el albanés, el búlgaro, el griego y el macedonio al rumano, el romaní, el serbocroata y el turco– que ya no viven con sus familias, por decirlo así. En realidad, el albanés y el griego no abandonaron a sus parentelas respectivas porque no las tenían. El rumano vive a cientos de kilómetros de su pariente romance más cercano, el italiano. El romaní, un lenguaje indio, se encuentra a miles de kilómetros de su familia sudasiática, mientras que la mayoría de los hermanos turcos se encuentra bastante más al este. Finalmente, las lenguas eslavas balcánicas (el búlgaro, el macedonio o el serbocroata) forman un grupo contiguo al esloveno, pero también han quedado aisladas respecto a la mayor parte de sus familiares (como el ruso, el ucraniano o el polaco). En definitiva, los Balcanes son una especie de orfanato lingüístico.

El turco tiene un carácter un poco introvertido. En su contacto con otras lenguas balcánicas, apenas ha asimilado algunas palabras pero, de paso, ha hecho numerosos préstamos. Las otras siete, por el contrario, se han influido mutuamente de una manera muy profunda: no tiene nada de raro, dado que han compartido largamente la misma casa. Durante siglos, los hablantes de esas lenguas se han casado, han emigrado, vivido, viajado y comerciado juntos, en la guerra han sido enemigos y aliados, y han intercambiado creencias y religiones. Incluso ahora, en el siglo XXI, los Balcanes rebosan de minorías étnicas y lingüísticas. Hay enclaves de habla serbia en zonas donde se habla el albanés, y enclaves macedonios y rumanos en territorio de habla griega, y esto ocurre en prácticamente toda la zona, una y otra vez. Antes, la población estaba incluso más mezclada que ahora, tanto como para que todo el mundo hablara dos o más lenguas, no siempre con fluidez, pero lo suficientemente bien como para poder comunicarse.

El resultado de este multilingüismo es que las lenguas que antaño eran diferentes como el día y la noche empezaron lentamente a parecerse, sobre todo el rumano, el albanés, el macedonio y el búlgaro. En la actualidad comparten tanto y son tan parecidas que podrían tomarse por lenguas emparentadas. (El macedonio y el búlgaro están de hecho estrechamente relacionadas, pero las otras dos no). El serbocroata, el griego y el romaní también han acabado compartiendo algunos rasgos con el susodicho cuarteto lingüístico. Este conjunto de idiomas forma el llamado sprachbund balcánico, una especie de Liga Lingüística Balcánica.

Pero ¿qué tienen en común? Los artículos, para empezar. Al contrario que el castellano, la mayor parte de los miembros de la Liga sufija el artículo definido (‘el’) al final del nombre, en vez de ponerlo delante. En rumano, por ejemplo, ‘perro’ es câine, y ‘el perro’ es câinele. En búlgaro esto mismo sería kuche y kucheto; las dos letras finales son el artículo; en albanés, la misma secuencia es qen y qeni. Esto llama muchísimo la atención, porque supone una singular diferencia lingüística respecto a sus parientes más cercanos (el italiano y el polaco, por ejemplo). Tal y como los lingüistas Joachim Matzinger y Stefan Schumacher (véase la página 300) descubrieron hace algunos años, la raíz de esta costumbre particular es probablemente albanesa.

Otro rasgo típicamente balcánico es la tendencia a hacer un uso escasísimo del infinitivo, e incluso a evitarlo por completo. En la mayoría de las lenguas europeas, los infinitivos se utilizan con generosidad en frases como ‘Deberíamos comer’ o ‘Tendríamos que trabajar’. El rumano y la mayoría de las lenguas balcánicas, sin embargo, prefieren emplear las formas conjugadas del verbo, lo cual resulta en frases que se traducirían literalmente como *‘Debería que comamos’ o *‘Tendría que trabajemos’. Este rasgo particular tampoco aparece en lenguas emparentadas fuera de los Balcanes.

Un tercer rasgo que vale la pena señalar es la formación del futuro, que en inglés se reconoce por las palabras will o shall, y en español por desinencias (-é, -ás, -á, -emos, -éis, án,ei vor cântewill