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Akal / Hipecu / 56

Adriano Fabris

El giro lingüístico: hermenéutica y análisis del lenguaje

Traducción: Mercedes Sarabia

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Félix Duque

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Sergio Ramírez

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Introducción

El problema del lenguaje: entre hermenéutica y filosofía analítica

El problema del lenguaje constituye uno de los temas principales, una de las cuestiones con las que una y otra vez se ha enfrentado el pensamiento filosófico del siglo xx; ya a principios de siglo, con la primera de las Logische Untersuchungen (Investigaciones lógicas) de Husserl (1900), se establece claramente como un hilo conductor que corre hasta nuestros días con diferentes planteamientos y desde diversas perspectivas. Con razón se habla a este respecto de un verdadero «giro lingüístico» en la filosofía del siglo xx, un «giro» que no sólo ha sido objeto de interés por parte de la reflexión contemporánea del área angloamericana –según la expresión habitual al uso–, sino también, y de un modo igualmente decisivo, a la llamada tradición «continental». Más aún, el problema del lenguaje puede ser considerado como el territorio verdaderamente común, si bien diversamente tematizado, en el que de hecho se vienen enfrentando las dos corrientes de investigación que han dominado el debate filosófico de los últimos decenios, a saber: el pensamiento analítico y la reflexión hermenéutica.

Ya el mero hecho de tomar en consideración esta temática significa cuestionar por tanto –como se viene haciendo desde diversos frentes– la escisión entre dos modos de concebir la investigación filosófica que parece ser admitida como cosa hecha, a saber: una escisión entre una forma de tratar el lenguaje con miras a fijar las reglas de su uso correcto –quizá sustituyen incluso la lengua ordinaria, considerada fuente de malentendidos y confusiones, por un modelo lógico deductivamente constituido– y una concepción de la lengua en cuanto horizonte en el que se ponen todas nuestras relaciones con los hombres y las cosas. Se trata de dos tendencias propuestas a menudo como mutuamente excluyentes y cuya más evidente contraposición se dio de forma notoria en la primera mitad de los años treinta, en la confrontación –a distancia– entre Carnap y Heidegger.

Dos concepciones del lenguaje en el siglo xx: Heidegger y Carnap

En el conocido discurso ¿Qué es Metafísica?, pronunciado con ocasión de la toma de posesión de la cátedra de Filosofía de la Universidad de Friburgo de Brisgovia (cuyo anterior titular había sido Husserl), Heidegger fuerza los límites del lenguaje, con el fin de explicar una noción tan ambivalente como la de «nada», para lo cual convierte la lengua en algo dinámico, privilegiando flexiones verbales y acuñando otras nuevas. Todo ello con la intención de evitar el riesgo que corre constantemente el pensamiento tradicional, a saber: petrificar en conceptos estáticos algo que, por el contrario, consiste en ser constante manifestación. Es precisamente en este sentido como se entiende la famosa frase: das Nicht nichtet («la nada anonada»), esto es: como un intento de decir el carácter manifestativo propio de un fenómeno que, si fijado, caería sin duda en contradicción. Por su parte, Carnap, en el famoso ensayo La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje (Erkenntnis 2 [1931]: 219-241)1, critica a Heidegger, haciendo ver que los enunciados que aparecen una y otra vez en ese discurso no son de hecho susceptibles de formulación desde el punto de vista de la lógica formal, por lo que no pueden ingresar en el ámbito de un discurso capaz de proporcionar criterios sobre su propio sentido. Queda, sin embargo, por ver si ese modelo de lengua perfecta sujeta a las reglas de lógica formal, a las que hace referencia Carnap en su polémica contra el lenguaje de la metafísica, es el único verdaderamente posible, y si el término «sentido» debe ser considerado sólo del modo definido por este autor. Se trata de problemas que el propio Heidegger plantea, por ejemplo, en su Introducción a la metafísica (curso de 1935: GA, 40), y que acompañarán a sus meditaciones posteriores, ligadas a la distinción entre un «pensar calculador», encarnado definitivamente en la cibernética, y un «pensar meditativo», que dialoga con la poesía.

¿Qué es lo que quiere decir «lenguaje»?

Ya esta simple alusión a un evento reciente de la historia del pensamiento permite ver la disparidad de propuestas y planteamientos en la reflexión sobre el lenguaje. Algo por lo demás no sorprendente, desde el momento en que ya el propio término «lenguaje», al igual que todas las palabras filosóficamente cargadas, manifiesta a primera vista una multiplicidad de significados, según los casos. Por ejemplo, puede indicar simplemente el instrumento de comunicación entre hombres o el medio gracias al cual es posible designar nuestros pensamientos sobre las cosas, o bien puede reflejar, más en general, el modo –sea cual sea– en que hombres y cosas expresan lo que son. Puede ser el trasfondo en el que se determinan las diferentes formas de vida, o representar el medio en el que se articula y tiene continuidad la comprensión de la tradición. O bien, como se ha dicho, puede constituir el horizonte dentro del cual se ponen de manifiesto las relaciones mundanas o hacer acto de presencia como el ámbito de ejecución de un tipo particular de acciones. Puede definirse según el modelo de apelación y respuesta (y en esta perspectiva tiene prioridad la temática del nombre propio), o bien puede extenderse incluso a contextos no verbales. Se habla pues tanto de lenguaje apofántico como de expresiones simbólicas; del lenguaje propio de diversas manifestaciones artísticas, como del modelo de una lengua originaria; de la lengua que usamos cotidianamente, como del lenguaje construido según reglas formales; de la lengua de los hombres, como de la palabra de Dios.

¿De qué modo es posible esclarecer los diversos sentidos entremezclados entre sí, definiendo sus relaciones, al menos de forma esquemática? Y sobre todo, ¿cómo entra en relación con esa multiplicidad de enfoques, estimulados por el fenómeno del lenguaje, la reflexión filosófica del siglo xx en las dos principales vertientes a las que hemos hecho referencia? Para responder a estas preguntas, o al menos intentarlo, tendremos que referirnos, tras las huellas de algunas consideraciones de Karl Otto Apel2 a una palabra griega que encierra en sí el destino originario de toda la posterior reflexión occidental sobre el lenguaje: hermeneia.

Las dos vías de la tradición

Hermeneia, en griego antiguo, es noción fecundamente ambigua. Apunta sobre todo y originariamente al proceso en el que, en un discurso ordenado, cabe mediar y transmitir un mensaje, expresando e interpretando aquello que en él se revela. Tal interpretación está naturalmente ligada a la habilidad del intérprete y mediador, el cual, al volver a decir el mensaje con palabras adecuadas, se sitúa entre la fuente de la revelación y los receptores del mensaje. Sin embargo, el amplio margen dejado al punto de vista y a la competencia lingüística individuales –algo practicado y teorizado por los sofistas– comporta el riesgo, advertido ante todo por Platón, del relativismo y de la consecuente pérdida de confianza en la universalidad de los conceptos. Por eso la solución dada por Aristóteles a tal problema llevó consigo un robusto anclaje entre el nivel lógico y el plano ontológico, entre el ámbito del lenguaje y el mundo de las cosas, tal como encontramos en el estudio de los axiomas en el libro IV de la Metafísica. Así pues, desde la perspectiva aristotélica, el término hermeneia adquiere un significado diferente: el del aserto en el cual viene fijado un aspecto particular de la realidad a aquélla correspondiente y del que deben estudiarse ante todo tanto los diversos componentes como las reglas según las cuales dichos elementos constitutivos deben quedar correctamente interconectados.

Cabe decir –siquiera sea de manera esquemática– que parten de aquí dos tradiciones diferentes, dos modos diversos de concebir el lenguaje: el lenguaje en cuanto expresión que media entre ámbitos distintos, o sea, en cuanto esfera en la que se instituyen las relaciones vitales y sale a la luz todo nuestro hacer y pensar, y la lengua en cuanto espejo de una realidad a él correspondiente, o sea, como un discurso estructurado que asume la función de instrumento comunicativo y que, por ende, es susceptible de ser analizado y descompuesto en sus diversos elementos. Es este segundo planteamiento el que ha caracterizado fundamentalmente la historia del pensamiento occidental, pero el primero no ha dejado de resurgir con frecuencia, contraponiéndose a la otra vía con sus apelaciones y su función crítica. Y ha sido el predominio de esa segunda tradición el que ha hecho valer la concepción del lenguaje como apóphansis.

Como se ve en el capítulo cuarto del Peri hermeneías, Aristóteles muestra su predilección por el discurso apofántico en cuanto objeto de su investigación sobre el lenguaje: tal es el discurso que en correspondencia con un estado de cosas, puede ser considerado como verdadero o falso. Esta elección excluye del ámbito de la investigación filosófica todos los discursos no declarativos: desde la plegaria a la exhortación, en cuanto discursos de los que no cabe decir que sean verdaderos o falsos. De este modo, y en razón al predominante interés por el discurso apofántico en la reflexión filosófica sobre el lenguaje, ha surgido una suerte de vacilación a la hora de atribuir la calificación de lenguaje a articulaciones verbales que en absoluto pueden ser referidas a aquel modelo. De ahí, por ejemplo, el fracaso en los intentos de afrontar con instrumentos conceptuales adecuados los problemas conectados con el lenguaje religioso y el lenguaje artístico, con la palabra poética y con los aspectos pragmáticos de la lengua.

La crisis del predominio de la apófansis en el pensamiento del siglo xx

Frente a una situación así configurada, podemos decir entonces que el renovado interés por el lenguaje que anima la reflexión filosófica del siglo xxhermeneía,

Ésta va a ser, pues, la perspectiva común con la que se expondrán, en adelante, tanto la concepción del lenguaje propia de la filosofía analítica como la característica de la reflexión hermenéutica. Esta elección excluye, ya de antemano, otras concepciones del lenguaje que habrían podido resultar particularmente interesantes como, por ejemplo, la elaborada en el ámbito del «nuevo pensamiento» (Rosenzweig) y la del «pensamiento dialógico» (Buber), de carácter judío, o las que hacen referencia a las experiencias artísticas del siglo xx, las cuales bien podrían haber arrojado una luz ulterior a nuestros problemas. La exposición se articulará, pues, según una triple escansión: examinaremos primero las tesis enunciadas por el Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas, no sin antes contemplar rápida y previamente la temática del Tractatus logico-philosophicus; más tarde nos enfrentaremos a la reflexión que, sobre el lenguaje, desarrolla Martin Heidegger a partir de los años treinta, reflexión en parte diversa a la de Ser y tiempo, a la que, con todo, dedicaremos un breve examen; y por último, atenderemos al desarrollo de la hermenéutica heideggeriana en Verdad y método de Hans-Georg Gadamer. Una sucinta conclusión indicará ulteriores elementos de confrontación entre los planteamientos de estos autores, aludiendo brevemente a algunos aspectos de la actual reflexión sobre el lenguaje.

1 Hay trad. en A. J. Ayer (comp.), El positivismo lógico, México, FCE, 1965, pp. 59-87. (N. de la T.)

2 Cfr. Transformation der Philosophie, I, Frankfurt, Suhrkamp, 1973, p. 283 [ed. cast.: Madrid, Taurus, 21985].